Antes de comenzar el concierto de la Sinfónica dedicado a compositores nacionales, el viernes, el joven director invitado Paolo Bortolameolli, también chileno, hizo una breve introducción a dos de las "Tonadas" (1918-1922) de Pedro Humberto Allende (1885-1959). Para eso, le pidió a Luis Alberto Latorre que tocara la versión pianística original de la Nº 10, con su tema nostálgico, tan bonito, arropado con armonías impresionistas, y luego la sección más rítmica y alegre. Se trataba de ejemplos breves, pero el director tuvo que darle las gracias dos veces a Latorre antes de que este saliera del entusiasmo que esta música provoca. Hubo risas cómplices entre los intérpretes y el público, que desde ese momento y hasta el final se convirtieron en auténtica comunidad de chilenos tocando y escuchando obras chilenas.
La eficiente orquestación del propio Allende para sus piezas las llena de color y textura, pero Bortolameolli consiguió una entrega limpia, justa con la esencia genial de sus motivos.
Siguió el estreno de "Sinfonietta" (1988) de Aliocha Solovera (1963), obra de juventud, cuando el compositor vivía en Eslovenia, en la que se identifican las influencias de la Europa oriental más próxima, pero ya con un sello personal, siempre directo en la humanidad de su mensaje. Bortolameolli contagió a los músicos y a la audiencia de la energía creativa de Solovera: desde la apertura impulsiva y su respuesta meditada, pasando por el excelente clarinete de Francisco Gouët como protagonista en el segundo movimiento, hasta el final trepidante y de enorme atractivo.
Después del intermedio, la Sinfonía preliminar de "El pájaro burlón" (1949) de Acario Cotapos (1889-1969), apretado compendio de una ambiciosa ópera que nunca llegó a cuajar. Con una sola versión grabada en los 60 (con Víctor Tevah y la misma Sinfónica), ahora tenemos también esta, que gana en claridad e intención, y que permitió apreciar de mejor manera la fabulosa cantidad de ideas que contiene.
Como cierre, el monumental poema sinfónico "La muerte de Alsino" (1922) de Alfonso Leng (1884-1974), cuya excelencia asegura su perennidad en nuestro breve y valioso canon musical. Aquí y en las otras obras, Bortolameolli, que se estrenaba como director con la Sinfónica, mostró el indiscutible talento, el compromiso y la empatía que ya le conocemos: al aplauso emocionado que le dio el público, se sumó el de todos los músicos de la orquesta.