Señor Director:

La reciente aprobación de la llamada "Ley Emilia" deja en especial evidencia algunas situaciones sobre las que vale la pena hacer ciertas reflexiones.

Uno de los pilares sobre los que se sostiene el Derecho Penal moderno es la llamada "culpabilidad". Esto consiste, en términos muy sencillos, en que a quien comete un delito se le puede reprochar dicha acción por la vía del dolo (buscar el resultado) o de la culpa (resultado no buscado, pero producido por negligencia).

Este principio tiene diversas consecuencias. Entre ellas, que cuando el resultado es el mismo (la muerte de una persona, por ejemplo) se sanciona de forma más intensa a quien produjo la muerte deseándola, que a quien la produce como consecuencia de una acción no deseada.

Lo anterior tiene una explicación bastante lógica. No puede ser considerado igualmente "disvalioso" matar una persona queriendo matarla que hacerlo por error o azar. Siguiendo en esta línea, habría que preguntarse cuál es el disvalor con que actúa una persona que toma su auto estando ebria y en esas condiciones atropella a otro causándole la muerte. Evidentemente, quien maneja en estado de ebriedad no busca causar la muerte de nadie. De hecho, probablemente hará todo lo posible por impedirlo, dentro de su estado de ebriedad. Incluso, una vez ocurrida la muerte, es altamente probable que el conductor ebrio esté tremendamente arrepentido de lo ocurrido.

Cosa distinta ocurre si quien maneja lo hace completamente sobrio, pero con la intención precisa de matar a quien se cruce en su camino. El responsable probablemente se sentirá satisfecho de haber logrado su objetivo.

¿A quién se le puede reprochar más su actuar?

Lamentablemente, una vez más nuestros legisladores se han dejado llevar por el eslogan de la "mano dura" y su perversa relación con la popularidad electoral...

Matías Künsemüller Solé
Abogado