Entiendo que volantes nos sobran. Talentosos, capacitados, en las mejores ligas del mundo. Que en esa posición están, quizás, los mejores proyectos de nuestro fútbol, y que así como citaron a Sebastián Martínez, si hubieran ido Esteban Pavez o Gonzalo Espinoza no habría existido polémica.

Que hay tanta abundancia que incluso Gary Medel y el Gato Silva van a jugar al fondo, que nadie extraña la lesión de Felipe Gutiérrez, que son pocos los que lloran el adiós de Valdivia o la lesión de Matías Fernández y que David Pizarro -el más longevo de nuestros mediocampistas en el Viejo Mundo- se quedó fuera de otro Mundial siendo titular en la Fiorentina sin grandes dramas.

También comprendo que hay que buscar nuevas fórmulas en los partidos amistosos -que están hechos para experimentar- y que Jorge Sampaoli ha dado muestras más que suficientes de un estilo flexible, a veces inescrutable, lejos de la ortodoxia para armar sus equipos. Y que aunque suele decirse que "lo mejor es enemigo de lo bueno", a veces resulta conveniente revisar los esquemas por más exitosos que sean, sobre todo porque nuestro "éxito" es bastante relativo y circunstancial.

Todo eso puedo entenderlo.

Pero me cuesta aceptar que el dibujo táctico con que salió la selección a enfrentar a México sea un avance y no un retroceso. Tener un delantero (Alexis Sánchez) no solo debilitó las opciones de ganar de la Roja, sino que, objetivamente, le quitó una cuota de sorpresa y contundencia en ofensiva. Prefiero ahorrarme el debate con los puristas que dirán que el número de delanteros no garantiza capacidad de ataque, y que los volantes que veían desde atrás hacían número en el área, básicamente porque la ausencia de gol es suficiente argumento, y además, subjetivamente, la Roja no tuvo más oportunidades que con el otro sistema.

Sánchez, como ha quedado demostrado, es buen habilitador, pero para eso debe tener gente por delante o, al menos, compañía. Además estaban Vargas, Orellana y Pinilla a disposición, por lo que la soledad de Alexis fue aún más ostensible y notoria.

Pero, por sobre todo, porque en la construcción ofensiva de las últimas selecciones hubo una señal potente, sólida y eficiente para nuestro fútbol. Colo Colo, la U, la Unión, O'Higgins y los equipos que mejor han impresionado en el medio tomaron una lección que ya parecía aprendida y asimilada: volumen de ataque, aprovechar las bandas, ser protagonistas permanentes.

No fue el 0 a 0 en San Francisco una medida contundente como los amistosos frente a España o Alemania. No dejó la selección esa sensación grata con que volvimos del Mundial. Fue un partido entretenido, que se pudo ganar, que nos devolvió certezas, pero que nos dejó una gran duda. Si ya nos habíamos acostumbrado, ¿tenía algún sentido el volver atrás?