El ministro de Defensa aseguró que los chilenos no se sentían orgullosos por el apoyo (más que nada inteligencia) a Gran Bretaña en la Guerra de Las Malvinas, lo que desató una polémica. Las palabras del ministro fueron exactas, y el hecho nos provoca algún bochorno. Fueron también palabras incompletas. Peor fue la declaración de guerra a Japón en abril de 1945, cuando ese país ardía por los cuatro costados. Para ser honrado, puesto cualquiera de nosotros en el pellejo del Presidente Juan Antonio Ríos no le hubiera quedado otra cosa que hacer lo mismo.
Volviendo a 1982, ¿qué persona o qué país, al ser colocado entre la espada y la pared, no pide auxilio a un tercero enzarzado en una disputa armada con el que lo amenaza? Este es un hecho básico del caso de Chile y la guerra en 1982. El general Galtieri había proclamado sin ambages en un discurso ante el público enfervorizado que primero era contra Inglaterra por Malvinas y después contra Chile. En 1978 no fue Chile quien desconoció el Laudo y amenazó con recurrir a las armas si la otra parte no se avenía a una solución impuesta, sino todo lo contrario. En este último caso, Chile estaba muy aislado y no podía recurrir a nadie, salvo para implorar una mediación (Brasil, a petición chilena, influyó ante Washington, el que influyó ante el Vaticano y después vino la audacia de Juan Pablo II). En realidad el segundo hecho básico que se sostiene cuando se critica la posición de Santiago en 1982 es que una democracia chilena no hubiera caído en el aislamiento que experimentó el régimen de Pinochet. Que un gobierno democrático en Chile hubiera recibido apoyo de la comunidad de naciones (entidad bien abstracta) ante una amenaza militar me parece cuestionable, aunque no sea algo que podamos ni sostener ni desmentir rotundamente. Lo que sí es probable que hubiera cambiado la ecuación es que un gobierno democrático en Argentina no habría amenazado con una guerra total u operación militar que se le asemejase.
En caso inverso, ¿cómo hubiese reaccionado Argentina? Pregunta teórica, aunque un indicio de respuesta está en la oferta de colaboración que le efectuó el canciller trasandino Estanislao Zeballos a EE.UU. cuando Washington, a raíz del incidente del "Baltimore" -por una gresca en un burdel porteño (así como suena)-, casi termina con una guerra contra Chile, a fines de 1891, un momento angustioso para nuestro país. Desde esos años hasta 1899 -Abrazo del Estrecho- hubo alta probabilidad de guerra entre ambos países y es el contexto en el que hay que entender la actitud de Zeballos.
Las Malvinas no constituyen solo un tema de Argentina. Pertenezco a un grupo transversal llamado Chilenos por Malvinas Argentinas. Ello por dos motivos. Primero, porque Gran Bretaña las ocupó en los años de la independencia, cuando nuestros estados estaban debilitados, y Argentina nunca reconoció el hecho por un tratado (que es lo que existe en el caso de Gibraltar). Segundo, porque es del interés nacional de Chile apoyar la demanda argentina, lo que sus gobiernos han hecho por largas décadas. Salvo por el tema Malvinas, este apoyo no significa que Chile caiga en antagonismo con Gran Bretaña, amiga nuestra durante los dos siglos republicanos. Desde Alfonsín en adelante los gobiernos argentinos han destacado que su demanda se encauzará por medios pacíficos, negociada por las partes. El que en 1982 no haya sido así, y que sucedió en medio de amenazas bélicas a Chile -este débil además-, es lo que explica la colaboración con Londres, cosa que por cierto todos hubiéramos deseado que nunca ocurriese, pero que tampoco ocurriese todo lo que le precedió desde un principio.