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Editorial
Viernes 29 de agosto de 2014
Lecciones del caso francés
La economía está a punto de volver a caer en recesión, después de reportar un crecimiento nulo en el primer semestre del año, convirtiéndose en la nueva fuente de preocupación de la eurozona, mientras España se sacude sus problemas...
La crisis política francesa, que concluyó con el segundo cambio de gabinete en seis meses, no debería ser vista como algo lejano. El gobierno del socialista François Hollande ofrece buenos ejemplos de lo peligroso que es tomar medidas que deterioren las expectativas del sector privado y de la población.
Lo que hoy se presenta como una crisis política, provocada por los "rebeldes" del ala más radical de izquierda del gobierno, comenzó en verdad en 2012 cuando Hollande, apenas después de asumir el poder, anunció el primer paquete de medidas que -aseguraba- ayudaría a recuperar la economía en recesión. En ese momento apostó por una combinación de alzas de impuestos y discurso populista, haciendo de las grandes empresas y los ricos "los enemigos del pueblo". La fórmula parecía simple, según el Presidente francés: las empresas y los ricos debían pagar más impuestos, con ellos el gobierno reduciría su abultado déficit fiscal, recuperaría la confianza de los mercados y podría seguir endeudándose para financiar programas destinados a combatir el desempleo y reactivar la economía.
Pero la realidad fue otra. El clima antiempresarial que había sido creado por la administración solo logró profundizar la crisis.
Desde que Hollande asumió el poder, 440.000 personas perdieron su empleo en ese país y la tasa de desocupación subió de 9,8% a 10,2%. La Comisión Europea ha advertido que el crecimiento en Francia es tan débil que, a menos que realice nuevos ajustes, no podrá reducir el déficit fiscal de 4,1% al 3% exigido por las leyes del tratado europeo en 2015, como se comprometió el país tras pedir dos prórrogas de plazo consecutivas.
La economía está a punto de volver a caer en recesión, después de reportar un crecimiento nulo en el primer semestre del año, convirtiéndose en la nueva fuente de preocupación de la eurozona, mientras España se sacude sus problemas.
No es que la administración de Hollande se haya quedado inmóvil. Tras 20 meses de discurso antiempresarial y defender una política de mayor gasto e impuestos, y presionado por el creciente malestar social, el mandatario reconoció en enero pasado que había errado el camino.
De la mano del primer ministro Manuel Valls anunció nuevas reducciones de impuestos y el "pacto por la competitividad", al igual que en Chile un intento de alianza público-privada. El pacto incluía reducir los costos laborales y tomar medidas para aumentar la competitividad. Hollande adoptó un tono a favor del sector privado y de las reformas que Francia ha evitado tomar por más de dos décadas, como la reducción del tamaño del Estado, mayor flexibilidad laboral y reducción de subsidios, todas medidas bloqueadas por los poderosos sindicatos.
Pero el daño ya estaba hecho. La pérdida de confianza, tanto de los empresarios como de los trabajadores, ha impedido hasta ahora el acuerdo e implementación del pacto. Los electores también han perdido la fe en Hollande, quien con solo 17% de aprobación, es el Presidente francés con menos respaldo desde 1958.
En un intento por avanzar, el Presidente se deshizo esta semana de los ministros que representaban el ala más radical de izquierda en el oficialismo, y se rodeó de un gabinete con un nuevo perfil más técnico.
De cara al desafío de reactivar la economía chilena, no se debe perder de vista los vaivenes del gobierno de Hollande y notar el peligro que conlleva el reaccionar demasiado tarde.