En su reciente libro, "Ortega, Renan y la idea de nación", reflexiona el filósofo Jorge Acevedo sobre lo que le enseñaron sus mentores espirituales, Ortega, Heidegger y Francisco Soler. De este último hace emocionado recuerdo.

Con su acribia y elegancia características, Critilo destaca en este filósofo el uso justo de la palabra, la castidad del símbolo y lo delicado de la metáfora. De sus páginas se desprende algo que muchos intuyen pero pocos expresan. La nación no se funda en los determinantes biológicos de la raza o el territorio. Tampoco en los sociales de la tradición, el idioma o la costumbre. La nación es un proyecto. Un proyecto incitativo que aúna voluntades y se escoge por el imperio mismo de su ascendiente. "La nación, recuerda a Renan y a Machado, es un plebiscito cotidiano".

Cuán faltos estamos, anota un amigo, de sobreponernos a la moda pasajera, al vocinglero pregonar de banalidades con que nos entretienen los sedicentes intelectuales del momento. Libros como el de Acevedo, cuidadosamente editado por Editorial Universitaria, nos recuerdan la impronta de la intelectualidad sobria y responsable.

Como todo buen libro, este plantea preguntas. Una no es trivial: quién o quiénes formulan el proyecto que debe animar a una nación. Indefectiblemente, Acevedo querrá responder con una meditación sobre el poder. No solo el de dominar. El de proponer. El de entusiasmar.

ANDRENIO