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Editorial
Miércoles 27 de agosto de 2014
Amenaza islamista
El verdadero peligro de que el Estado Islámico se consolide en los territorios ocupados radica en que gane legitimidad ante los sunitas disconformes con el gobierno de Bagdad, atrayendo nuevos reclutas a su causa y que se robustezca su capacidad financiera...
Una extraña alianza internacional podría formarse para combatir el avance del grupo Estado Islámico (EI) en Siria e Irak, ante el temor de que los extremistas consigan controlar férreamente los territorios que ocuparon en ambos países. El gobierno de Siria, que ha recibido la condena internacional por haber atacado a su población civil supuestamente con armas químicas, ha ofrecido cooperar en acciones contra el EI, permitiendo los ataques aéreos norteamericanos contra blancos en su territorio, bajo la condición, eso sí, de que sean coordinados con Damasco. Washington descartó ayer esa idea por no considerar legítimo el régimen, pero deberá hacer algo para evitar que cualquier acción sobre territorio sirio sea considerada una violación de soberanía.
En medio de una guerra civil, Bashar al Assad podría tener parte en esta "coalición" en la que ya están actuando de hecho EE.UU., Irak y algunos países árabes, con Irán, otra "nación paria", sancionada duramente por los avances de su programa nuclear. El pragmatismo gana terreno, y ante la evidencia de que el Estado Islámico es una amenaza real, Estados Unidos no solo se abre a intervenir militarmente en Irak (con apoyo aéreo y de inteligencia, por ahora), sino que hace la vista gorda al hecho de que Irán respalda abiertamente al gobierno (chiita) y a las fuerzas armadas iraquíes. Llegar a acuerdo con Assad se ve difícil, pero dependerá de las circunstancias. La semana pasada EE.UU. terminó la destrucción de todo el arsenal químico sirio, con la colaboración del régimen, y los "buenos oficios" de Rusia. No es un secreto que el debilitado ejército iraquí -incapaz de repeler la ofensiva del EI en Mosul- y la aviación han sido reforzados por los iraníes.
La proclamación, en junio pasado, de un Califato bajo la égida de Abu Bakr al Baghdadi responde a un diseño de este ex miembro de Al Qaeda que formó su propio ejército terrorista sunita para cumplir el sueño de unificar territorios desde Siria a Irak, el Líbano, Jordania hasta Kuwait, y luchar contra sus adversarios chiitas, en el gobierno iraquí. La reconocida capacidad ofensiva militar y la crueldad con que actúan sus miembros, evidente en el brutal asesinato del periodista James Foley, les garantizan poca resistencia de la población aterrorizada.
El verdadero peligro de que el Estado Islámico se consolide en los territorios ocupados radica en que gane legitimidad ante los sunitas disconformes con el gobierno de Bagdad, atrayendo nuevos reclutas a su causa y que se robustezca su capacidad financiera. El EI tiene una buena caja proveniente de extorsiones, secuestros, apropiación de dineros de los bancos de las ciudades tomadas, y sobre todo, del contrabando de crudo. También de donaciones de países como Catar y Kuwait. Por otra parte, hay indicios de que cientos de yihadistas que antes luchaban en Al Qaeda estarían pasándose a sus filas. Grave peligro sería que ejerciera control sobre campos petrolíferos y represas que alimentan de agua y electricidad a Bagdad.
Una bien organizada contraofensiva, con fuertes elementos externos, apoyo de la aviación de EE.UU. y mucha participación de países de la región, podría ser la punta de lanza para recuperar los territorios perdidos. Después vendría la fase más compleja: estabilizar y reorganizar Irak, donde la responsabilidad cae sobre el nuevo gobierno del chiita Haidar al Abadi, que debiera ser capaz de incluir y representar a todos los iraquíes -kurdos y sunitas- y no solo a los de su secta. Eso deja todavía otro desafío: terminar con la guerra civil en Siria.