Quizás uno de los misterios más complicados de resolver en el fútbol chileno es el del famoso "paladar futbolístico" de los hinchas de Universidad Católica.
Se han hecho intentos por desentrañar tal enigma, a saber: que les gusta "el fútbol de toque y elegancia", el "ofensivo" y "el de lucha, que obliga a mojar la camiseta".
Nada muy específico ni menos exclusivo en estos slogans . Los seguidores de todos los equipos aspiran más o menos a lo mismo. No hay, aparentemente, una impronta propia.
Y es lógico. A pesar de esa obsesión cruzada de personificar un ideario futbolístico, la historia de la UC demuestra que no hay modelos a seguir. Y que toda adhesión va aparejada con la capacidad de obtener logros.
¿O acaso hay una línea irrefutable en el título de 1949, el de Moreno y Livingstone, con el de 1966, el de Fouillioux, Isella y Prieto? ¿Algún cruzado de corazón de verdad está más contento y orgulloso o se siente más identificado con el fútbol exquisito desplegado por el equipo de Pellegrini, con Gorosito y Acosta (que no fue campeón) que por el título de la escuadra de Carvallo en 1997?
No pues. Como todos los hinchas del mundo, la gente de la Católica no antepone dogmas al orgullo de inflar el pecho por ser campeones. En síntesis, no le importa que el equipo juegue para arriba, para el lado, con tres o cuatro atrás, con uno o cinco delanteros. Le importa ver a su equipo ganar.
Pero lo malo para ese segmento de seguidores -los que sufren y celebran con los colores- es que su dirigencia está enfrascada hace años en un intento por demostrar que las cosas son distintas. Que hay que buscar identificaciones antes que ir por un título "a cualquier precio". Y eso provoca un divorcio permanente entre el sector que toma las decisiones y ese que va al estadio simplemente a ver ganar a su equipo.
En la cabeza dirigencial ha habido intentos permanentes por "crecer" materialmente y alzarse como verdaderos ordenadores de la actividad (en el caso de la Fundación) o como "modelos" de administración (en el caso de Cruzados) más que en buscar el gozo de celebrar una vuelta olímpica.
Es cierto. Los que dirigen a la UC en cualquiera de sus planos directivos podrán decir que competitivamente nunca han estado fuera de carrera. Tienen razón. Pero el máximo exigible a una institución como la Católica no es solo "estar en la pelea", sino que ratificar con los logros el tremendo potencial que tiene.
No basta con llegar a la Copa Sudamericana. Ni mostrar con orgullo la enseña de "Caballeros". La gente de la Católica, la de verdad, merece más que eso.