No hay restoranes buenos, sino platos buenos en los restoranes. Cada restorán tiene un plato (quizá dos) que son los supremos, que realmente alcanzan la perfección -o casi-. Los demás platos pueden ser mejores o peores; pero el gran plato es uno. Y cuando uno quiere comer nuevamente tal o cual cosa, sabe dónde dirigirse. Por eso son tan necias, por parte del restorán, y tan frustrantes para el público, los frecuentes cambios de carta para lucir nuevas "creaciones", o sea, normalmente, la vanidad del chef. Con la nueva carta, suele desaparecer todo lo bueno que pudo haber habido en la anterior, para nunca más volver. Al cabo, es el cliente el que ya no vuelve nunca más. ¿Habrá que recordar que en La Tour d'Argent, de París, se sigue ofreciendo, como desde hace décadas, el mismo Canard à la presse, hecho ahí con sin igual perfección?
Suele también ocurrir lo contrario: es decir, que en un restorán de buena calidad, haya un plato pésimo, que debe evitarse a toda costa, a menos que acuda uno ahí con ánimo penitente o a pagar alguna manda... Es lo que nos ha pasado con Capperi!, correcto restorán italiano establecido hace no mucho tiempo.
El lugar es discreto, el servicio, amable, informado y expedito. Los "supplì" marinos ($4.800, seis unidades), bolitas fritas de arroz con relleno de queso y mariscos, buenos (nos recordaron los "supplì al teléfono", que se come en Milán); lo mismo los espirales de zucchini fritos ($4.800) y los pimientos rojos asados, con trozos de mozzarella ($5.300). De las diversas foccacias, pedimos la más sencilla: espectacular masa (como de pizza a la piedra), aliñada por encima con aceite, ajo y sal.
Fondos. Ravioli di zucca ($6.900): ravioli rellenos con zapallo, con mantequilla derretida, lo mejor de la comida. La pasta asciutta o seca fue un plato de Tonarelli allo scoglio ($7.500), spaghetti más delgados que lo habitual, en un plato hondo lleno de mariscos y muy buen caldo; pocos spaghetti para tanto aditamento, si nos preguntan, pero buenos.
Ahora, el gran lunar, el plato vitando: el risotto al limone, guiso bastante común en Italia. Pero nos llegó un abominable plato de arroz recocido, blandengue, obviamente de calidad no apropiada para risotti, o en todo caso, muy mal tratado. El aroma de limón, quizá un poco artificial. Pero el conjunto, pésimo, sin esa cremosidad dada por el almidón que rinde el arroz apropiado al cocerse, ni caldo alguno que le diera una base decente al perfume cítrico. ¿Cómo es posible?
Postres. Una maravillosa panna cotta con amaretto por encima. Realmente delicioso.
Conclusión. Si el patrón no vigila lo que se manda a las mesas, ocurre el desastre relatado. Evite aquí los risotti. Pero, por lo demás, buen lugar. Muchas pastas, pocas carnes y pescados.
Av. Italia 1463, 23419105.