Jorge Valdivia vive su ocaso como futbolista de nivel internacional. La declinación se ha hecho más evidente que años atrás, con la diferencia de que hoy su buena fama de jugador ya no le alcanza, y la otra fama le está pasando la factura al contado.
Son variados los episodios en las últimas temporadas que sintetizan la trayectoria deportiva de Valdivia, cuando a la fragilidad de su condición física se sumaron la conducta zigzagueante y su incontenible verbo, faltas conmutadas por un destello de talento en la cancha que siempre apareció en el instante propicio.
Fueron tantos los salvatajes en los descuentos, cuando la cuerda no podía estirarse más, que no da ni para sospecha: en su carrera Valdivia no solo ha manejado los hilos dentro de la cancha, también ha amañado los de fuera de ella, los del camarín, de la secretaría del club, de los pasillos de los estadios, de los reservados y VIPs.
¿Qué ha cambiado en este capítulo? Que Valdivia se encuentra al medio de la tormenta perfecta y el índice de tolerancia hacia él supera la paciencia promedio, incluso la de un "torcedor" de Palmeiras agradecido por los servicios concedidos. El frustrado traspaso a los Emirato Árabes -que aplacaría el complejo estado financiero del club-, el cuantioso gasto que dejan sus remuneraciones, la tristísima campaña del equipo y la inoportuna lesión justo cuando su credibilidad está en juego, su popularidad prácticamente en el suelo y sus bonos altamente desvalorizados no le dejan margen para salir jugando. Vaya contrasentido: esta vez sí parece que a Valdivia le llegó la noche.
Valdivia está sufriendo lo que su naturaleza contradictoria le ha demandado. Cuesta creer que pueda revertir su presente en Brasil, porque la pendiente en contra está muy pronunciada y nadie sabe si efectivamente él mismo quiere torcer su suerte. Tal vez la única salida viable que le vaya quedando sea emprender regreso a casa, en algún rincón como el que le pueda otorgar Colo Colo, donde su talento mitigue lo que su físico ya no permite y algunas jornadas mágicas oculten un pasar irregular, más cercano a la decadencia que al resucitamiento.