Duodécimos en la tabla. Virtualmente eliminados en la Copa Chile. Y a punto de debutar -en medio de muchas dudas- en su gran apuesta internacional del año, la Copa Sudamericana. Independientemente de las cifras, lo que preocupa en la Universidad Católica es su nivel de juego, que se evidencia en mucho desorden, en increíbles bajas individuales y en la búsqueda desesperada y obsesiva del triunfo, alejándose del principal patrimonio de su entrenador, Julio César Falcioni, un experimentado y exitoso entrenador que ha basado su trabajo precisamente en el orden de sus escuadras.
Después de aquella increíble derrota del equipo de Pizzi frente a Sampaoli en la final del cotillón, en la UC se hizo costumbre llegar en la quemada, perdiendo varios títulos en la última fecha, en la definición, superados en la meta. Dolidos por la burla y la historia, la búsqueda frenética fue desde entonces alzar una copa, disfrutar de una victoria, consolidar el proyecto de Cruzados SAD. El insufrible experimento del primer semestre, con un técnico en franco interinato a la espera de la fallida apuesta por Eduardo Berizzo, fue un paréntesis en espera de poner las fichas en este torneo, y la traída de Falcioni buscó, abiertamente, apuntar a lo más alto.
Pero las cosas volvieron a fallar. Con este campeonato casi hipotecado tras la caída frente a Santiago Wanderers, como local, los ripios del equipo siguen siendo los mismos: fragilidad defensiva, falta de conducción clara en la línea de volantes, apuesta con gran número de delanteros y poco aprovechamiento de los espacios cuando se está en desesperada desventaja.
Además, claro, de una ansiedad que es demasiado evidente, y que ni la sapiencia del técnico ha podido canalizar de manera adecuada. La UC es un equipo desbocado, entregado a la velocidad sin pausas de Mark González y al choque constante de sus delanteros. Cada error duele muchísimo y, lo que es peor, no hay un liderazgo en las zonas determinantes del juego, por más esfuerzos que haga Cristián Álvarez por desdoblarse.
Así como van las cosas, el incendio es evidente. Y el divorcio con una hinchada aún más impaciente que el plantel y los dirigentes. En San Carlos de Apoquindo lo que falta es fútbol, talento, calma, orden. Un ejemplo significativo es el de Fernando Meneses, que de cortado hace una semana, pasó a ser carta salvadora en el duelo frente al eficiente equipo de Emiliano Astorga.
La apuesta total ahora debiera ser la Sudamericana, pero hay que aplacar los fuegos. Porque así como están jugando, se añoran los tiempos del protagonismo. De la lucha cerrada por el título. Aunque costara llegar al premio mayor.