Un lugar en que soy encantadora e incluso de la realeza es en la feria. En ella no solo escucho de verduras frescas o frutas inigualables, sino también de yapas o descuentos. Y claro, si estoy ahí es para comprar y mis lúcidos caseros quieren hacer mi experiencia más grata para vender. No siempre es así.
Hace pocos días estuve en San Pedro de Atacama. La hotelería ha crecido y ha subido de estándar y en los restaurantes se puede comer todo a pesar de estar en pleno desierto. Sin embargo, fuera de las manzanas más turísticas, abundan la basura y construcciones improvisadas. Y si bien agradecí la conectividad celular, las antenas en pleno centro realmente ensucian la imagen de San Pedro, al punto de que por primera vez aprecié las "palmeras". Mientras en el hotel en que estaba -como en la mayoría- había un esfuerzo por mantener cierta armonía con su entorno inmediato, al alejarse del centro y en el comercio menor las cosas cambian.
No pude evitar relacionar esto con el Pueblito de Los Dominicos y sus, al menos, dos cafés con atención lenta y displicente. O también con esos restoranes de ambientación y espectáculo autóctono, llenos de turistas, en que los jugos en polvo se venden a precio de ambrosía. Y así, mil ejemplos más.
¿Por qué mis caseros de la feria se desviven por hacer de mi visita una experiencia grata y en los otros casos parece no importarles? Pienso en el cruce de dos razones.
A la feria volveré. A San Pedro, el Pueblito y el restorán turístico no lo haré, o no en el corto plazo. Pero eso no basta para explicar la poca preocupación por la experiencia. También saben que no estoy ahí por ellos. Uno no va a San Pedro pensando en comprar una bebida en cierto local ni al Pueblito a tomarse un café. Esos locales están ahí aprovechando la demanda generada por otros. Un buen o mal servicio los afecta poco de un modo directo, pero en conjunto sí puede arruinar el atractivo de un lugar. El orgullo de hacer las cosas bien debería ser suficiente, pero al parecer es difícil hacer un esfuerzo individual cuando los beneficios se diluyen entre muchos. ¿Más presencia de una autoridad que regule? Puede ser, pero no basta. Pienso entonces en la asociatividad, que por la vía de la autorregulación se fijen estándares que beneficien al conjunto, porque cuando los incentivos no están alineados, espontáneamente las cosas no funcionan.
Camila Miranda