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Editorial
Martes 05 de agosto de 2014
Mejoramiento de pensiones
El sistema de AFP ha sido muy criticado por el mal entendido nivel de sus tasas de reemplazo. Pero Chile se ubica entre los países con mayor cobertura previsional en América Latina, y no puede hacer experimentos en materias tan delicadas como esta.
Con alrededor del 80% de los adultos mayores de 65 años recibiendo pensión, Chile se ubica entre los países con mayor cobertura previsional en América Latina. Adicionalmente, según cifras del BID, los montos de pensiones son tales que en Chile ningún pensionado recibe ingresos que lo sitúen bajo la línea de la extrema pobreza. Y desde un punto de vista macroeconómico, el sistema de pensiones ha sido una viga estructural de nuestra exitosa estrategia de desarrollo, que explicaría el 20% de nuestro crecimiento entre 1982 y 2001, según estudios académicos.
Más allá del desconocimiento de sus éxitos, el sistema ha sido muy criticado por el mal entendido nivel de sus tasas de reemplazo (TR), que miden la relación entre el monto de la pensión y los últimos ingresos laborales de los jubilados. Para Chile existen distintas estimaciones que dependen de la metodología y del salario de referencia considerado, pero las cifras de la OCDE permiten comparaciones de dichas tasas entre distintas naciones. Para Chile, esa organización estima una tasa de reemplazo promedio de 62%, que nos ubica en los niveles de Finlandia y Suiza, superando a Francia, Noruega, Suecia, y EE.UU. y otras naciones desarrolladas. Y cabe notar que en esta comparación, aquellas naciones con TR promedio superiores a la de Chile tienden a caracterizarse por modelos insostenibles.
En el contexto de nuestro mercado laboral, caracterizado por altos niveles de informalidad, con programas sociales que desincentivan la contribución, bajas edades de jubilación e insuficientes tasas de contribución, el modelo chileno, y cualquier alternativa, simplemente no está en condiciones de asegurar TR superiores al 70% sin poner en riesgo su sustentabilidad.
A lo anterior hay que agregar la compleja evolución demográfica. Mientras en 1981 las expectativas de vida tras la jubilación eran de 13 años para hombres y 21 para mujeres, en 2010 estas alcanzaron los 17,3 y 23,1 años, y se espera que en 2050 se eleven a los 19,7 y 27,7 años, respectivamente. Por eso, mientras en el año 2000 las solicitudes de pensiones de vejez fueron 40 mil, se espera que en 2020 superen las 100 mil. Ajustar esta dinámica a las condiciones del país es uno de los desafíos del sistema.
En este cuadro, la discusión técnica ha ofrecido interesantes alternativas de perfeccionamiento, que incluyen cambios graduales en las edades de jubilación, ajustes en las tasas de cotización por edad, incentivos a la competencia en el sistema, aumentos en el tope imponible, innovación en la regulación de las comisiones legales, entre otros. Y cabe agregar la importancia de continuar los esfuerzos para educar e informar a la población respecto del sistema (los niveles de desconocimiento son gravísimos), mejorar el diseño de los componentes no contributivos que pueden desincentivar la cotización y, quizá lo más importante, avanzar hacia reformas laborales que reduzcan la informalidad, aumenten la productividad, repriman la evasión previsional e incentiven la cotización.
Chile no puede hacer experimentos en materias tan delicadas como las pensiones. El debate debe ser de cara a nuestra realidad, mirando las cifras. Existe gran espacio para mejorar nuestro sistema, hay que aprovecharlo.