Señor Director:
El último párrafo de la
columna de Agustín Squella publicada el viernes es más tranquilizador, pues en él deja en claro que no participará de una marcha del orgullo ateo -paralela a la del orgullo gay- que eventualmente se realizaría. Semejante evento ocurriría, en la hipótesis de Squella, para celebrar dentro del juego conceptual que él propone, con bastante ligereza, un proceso que llevaría de la fe a la duda, de la duda al agnosticismo, y, finalmente, al ateísmo, cuyo triunfo se celebraría con una marcha.
El asunto es demasiado serio; no merece ese trato. La conciencia religiosa es profundamente inquietante. Muchos santos no se han librado de esta experiencia y en hombres geniales como San Agustín, Pascal, Kierkegaard o Unamuno alcanza rasgos conmovedores.
Creo que el proceso que Agustín Squella inventa está mal construido. La fe y la duda andan hermanadas salvo en la inocente conciencia, por ejemplo, del llamado "carbonero". De esa pareja básica -fe/duda- se abren dos ramales: uno que lleva al descarrilamiento del que habla Squella, ilustrándolo con algunas figuras contemporáneas que no tienen la altura de grandes ateos de la historia, cuyos argumentos repiten.
La otra vía lleva de la fe, y también de la duda, al discurso de la inteligencia que intenta esclarecer, con sus limitados recursos, la verdad revelada en la persona misma de Cristo. Esta es la teología católica de un Agustín o un Tomás de Aquino.
Antes de Cristo, en el pensamiento de Platón y Aristóteles; y en la modernidad de Descartes, Kant, Hegel o Heidegger el ateísmo recibe el más enérgico y contundente rechazo.
Un discurso ciego ante esa realidad y esta historia tiene quizás más de ignorancia o de mala pasión que de buena racionalidad.
Juan de Dios Vial Larraín