En el barrio Bellavista hay sitios que apostaron por esas calles antes de cualquier moda. Uno de esos es el Caramaño, una picada de cocina chilena con sus muros plagados de firmas y mensajes de quienes pasan por allí, en un ambiente informal y con una cocina prioritariamente chilena.
Ahora es el turno de una filial, ubicada en Santa Isabel, entre Infante y Miguel Claro. Más apitucada que su casa matriz, tiene esos aires decorativos del tipo Liguria y Emporio La Rosa, con mejor infra además. El problema es, precisamente, el corazón de esta infra: la cocina.
Es un poco tarde que, al ir saliendo del local, pidan disculpas por las demoras. Y vaya otra recomendación: si son así de lentos, no pongan dos relojes en funcionamiento como decoración.
Ver cómo las otras mesas, al pedir el menú, llegaban después y se iban antes, no ayudó. Tampoco el mozo que pasaba por nuestro costado sin siquiera mirar.
Para picar, después de matar el tiempo -más de media hora- con la panera y el pebre, unos muy bien hechos calamares a la romana ($3.990) y un mixto al pil pil ($3.990), no muy generoso, pero picoso y ahumado, con vacuno, pollo y camarones.
Con los fondos, también tardíos, no hubo tanto aplauso. Una corvina a la diabla, en papel aluminio ($5.990), francamente seca, liquidada. Una sopa de mariscos salada ($4.590) y con los mariscos recocidos, a la que le faltó una limpieza de la espuma. Quedó la mitad y nadie preguntó por qué. Y una plateada ($5.990), presentada como especialidad de la casa, ni tan blanda como para vanagloriarse.
De los postres, una digna leche asada ($1.590) y una leche nevada ($1.690) que flotaba sobre un líquido ligeramente cuajado.
En fin. La solución a todo esto es una y simple, por suerte: llegar a ponerse al nivel del original.
Ana Luisa Prats 1571, con Santa Isabel. 22051729.