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Día a día
Miércoles 30 de julio de 2014
Sabor a salado
La intención -mejorar la salud de los chilenos- es buena, y aunque ellos han hecho un giro en su posición, es de recordar que a nadie se le puede negar la sal y el agua...
El anuncio por dos diputados oficialistas de que presentarán un proyecto de ley que prohíbe los saleros en los restaurantes para -según ellos- "desincentivar el uso excesivo de la sal, ante las altas tasas de hipertensión, eventos cardíacos y otras enfermedades relacionadas con su consumo", ha hecho sonreír a varios comensales. Si usted quisiera ponerles sal a los huevos con jamón, deberá pedirla al mesonero o garzón. La intención -mejorar la salud de los chilenos- es buena, y aunque ellos han hecho un giro en su posición, es de recordar que a nadie se le puede negar la sal y el agua.
Esa iniciativa de borrar los saleros de las mesas contradice la opinión popular. Desde tiempos inmemoriales la sal ha sido vital, sea por sus características de preservación de alimentos, por su fuerza para darle mejor sabor a la comida y por sus notables cualidades antisépticas. Además, desde la etimología, este cloruro dio origen a la palabra salario, cuando a los soldados romanos que vigilaban la construcción de la Vía Salaria les pagaban con sal.
Mucho más se podría agregar. Jesús, por ejemplo, recordaba a sus discípulos, que eran la sal del mundo. Y, entre otros poetas, Jalil Gibran dijo: "Debe haber algo extrañamente sagrado en la sal: está en nuestras lágrimas y en el mar". Otra acepción de la palabra dice que sal es "agudeza, donaire, chiste en el habla. Le pone mucha sal a sus comentarios".
Por favor, diputados, ¡no privemos a nuestras mesas de la gracia y del sabor!
MENTESSANA