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Cartas
Lunes 28 de julio de 2014
Qué clara pregunta y qué difícil respuesta
Me encuentro en el extranjero en una reunión de rectores de universidades latinoamericanas. Nos reunimos en forma previa a la convocatoria que realiza Universia y que congrega este año en Brasil a más de mil rectores de universidades de los cinco continentes.
En la reunión plenaria -y en forma inesperada-, el presidente de la conferencia me pide públicamente que explique qué es lo que está pasando en Chile en materia educacional.
Argumenta su abrupta e insólita solicitud, indicando que las versiones de prensa que habían recogido eran bastante desconcertantes, por cuanto los países ahí representados tenían claro que Chile era el país líder de la región en indicadores educacionales. Por eso -comentó- poco entendían los anuncios de generar políticas públicas que no habían dado resultados en sus países y que, claramente, los perjudicaban en sus planes de desarrollo.
No entienden que queramos retroceder si ostentamos el mejor índice de escolaridad de la región (11,6 años versus 9,4 de ellos); si el 28,6% de la población completa al menos un año de educación terciaria versus el 15% de ellos; si Chile tiene más del 40% de profesionales versus menos del 20% de Latinoamérica, entre la población de 25 a 34 años.
No comprenden que el país no valore su tasa neta de participación de jóvenes de los quintiles más pobres en la educación terciaria (21,2% versus 8,7% de Latinoamérica) o el hecho de ser casi el doble mejor en distribución y equidad que los restantes países de la región.
Menos aún comprenden que, siendo Chile un caso de estudio de los países que a nivel global muestran un avance significativo de mejoría de los resultados de aprendizaje -ascendiendo del nivel bajo al intermedio-, se busque implantar políticas que en sus propios países han fracasado.
Y así, con mucho conocimiento de los indicadores estadísticos de la región, me solicitaron respuestas a estas aparentes contradicciones entre los resultados y la discusión por reformular políticas públicas que, a su juicio, nivelan hacia abajo.
Ante la avasalladora línea argumental del interrogador -y un auditorio repleto de colegas-, no me quedó otro camino que responder. Porque cuando uno está en foros internacionales, la tendencia natural es efectuar una férrea defensa de lo que se realiza en el país -se esté o no de acuerdo-, porque "la ropa sucia se lava en casa".
Entonces respondí que el problema radicaba en que el señor ministro sabía poco de educación, pero que estaba aprendiendo -según él mismo declaró a la prensa-, pero que los chilenos confiábamos en que aprenderá porque estudió en los mejores colegios privados de Chile y realizó su doctorado en la mejor universidad privada de los Estados Unidos (Harvard University).
Después de todo, de su capacidad para aprender depende la rectificación y reorientación de las políticas públicas del sector. Tamaña responsabilidad para un ministro que debe llevar a Chile a mejores indicadores, sin olvidar que detrás de cada una de esas cifras existen miles de niños y jóvenes chilenos que se merecen lo mejor.
Rubén Covarrubias Giordano
Rector de la Universidad Mayor