Conmoción en la opinión pública causa el anuncio de demolición inminente de un soberbio edificio de 1924, en perfecto estado de conservación, en pleno centro de Santiago. Uno creería que, tras décadas de demoliciones cuyo recuerdo hasta hoy nos avergüenza, habríamos avanzado lo suficiente en voluntad política e instrumentos legales como para no seguir perdiendo lo poco de antiguo y bueno que todavía tenemos en pie. Pero no es así. El destino de este edificio se entrampa precisamente en una antigua y perversa lógica de renovación urbana indiscriminada, que promueve demolerlo todo y reemplazarlo por cualquier cosa con tal de mover la economía, y donde la idea de "patrimonio" queda reducida a unos pocos edificios aislados y anecdóticos en medio del supuesto progreso.
Un constructor me pregunta qué tendría de valioso este edificio como para evitar su demolición e impedir construir ahí una torre de 30 pisos de departamentos. Mal que mal, es uno de tantos, y ni siquiera es Monumento Nacional. ¿Tal vez conservar solamente la fachada? Le contesto que patrimonio es mucho más que un decreto: es lo que la ciudadanía identifique como importante, y la ciudadanía, por lo general, en eso no se equivoca. En este caso, se trata del Edificio Protección Mutua de los Empleados Públicos de Chile, institución fundada en 1889 para servir a los trabajadores de la Administración del Estado; es uno de los últimos ejemplos que quedan de una particular tipología de edificio comercial y de oficinas que floreció en la primera mitad del siglo 20; y además, por si fuera poco, es de una bellísima arquitectura, un verdadero deleite para la vista. También le digo que en un país desarrollado, un gestor aprovecharía el edificio incorporándolo a su proyecto inmobiliario no por una obligación legal, sino por gusto propio y sentido de responsabilidad con la ciudad donde hace negocios. Podría, por ejemplo, hacer departamentos en el antiguo edificio junto a una nueva torre convencional, creando nuevas oportunidades de negocio y de ciudad. Le explico que de nada sirve dejar en pie solo una fachada, como se ha hecho en algunas oportunidades, pues eso equivale a construir una ciudad de antifaces, de escenografías muertas, cuando lo que la ciudad necesita es integrar lo antiguo con lo nuevo en un continuo espacial, físico y cultural. Por eso nos parecen magníficas las ciudades donde el patrimonio es usado como algo natural y propio: son ciudades con una identidad arraigada en la historia.
Por último, le digo que el drama del desarrollo urbano reciente de Chile es que hemos demolido cosas muy buenas para reemplazarlas con edificios muy mediocres. El día que los gestores inmobiliarios valoricen el rol de la buena arquitectura como agente de bienestar público, de diseño urbano de gran calidad, tal vez la ciudadanía será menos aprensiva ante la pérdida del patrimonio.