Está claro que "Tarzán, el musical en vivo" no es un estreno, sino un re-montaje del espectáculo 'familiar' que estuvo cinco meses en cartel el año 2000, como "Greystoke, el rey de los monos" (siguiendo el nombre de la popular cinta sobre ese relato exhibida poco antes). Fue el mayor éxito de Zelig Rosenman, quien a fines de los '90 hizo un serio y pionero aporte al entonces incipiente rebrote del género en nuestro país, cuando nadie creía que aquí se podía hacer teatro musical.
Escrita y dirigida por Rosenman, tiene ahora el mismo libreto, música (de Álvaro Scaramelli) y escenografía. Difiere en el nuevo elenco de carácter binacional: de los 20 actores-cantantes y bailarines en escena, los cinco intérpretes principales a cargo de los roles protagónicos provienen de Buenos Aires. Lo que, dado el largo currículo de ese medio en musicales, abre promesas de un resultado de mayor solvencia.
Si no fuera por el grave, inaceptable desajuste técnico que aquejó la entrega al menos en el estreno: la deficiente ecualización del sistema de amplificación sonora. Con el conjunto orquestal instalado abajo del escenario, junto a la primera fila de asientos, la estrepitosa música a todo volumen hizo que con suerte se escuchara la mitad de los diálogos y casi nada de la letra de las canciones. En lo que se pudo oír, las voces de los actores sonaron sobredimensionadas, planas, sin profundidad.
Un defecto solucionable aunque sea en parte, con el correr de las funciones. A diferencia del otro problema, de orden artístico: el tiempo no pasó en vano para este esfuerzo. En la última década nuestro medio ha gozado de experiencias tan positivas para el desarrollo local del género, que los niveles de exigencia se elevaron de modo considerable. Lo que antes parecía satisfactorio, hoy luce insuficiente, o definitivamente pobre.
Así, a pesar del entusiasta empeño que pone el equipo, el relato resulta demasiado ingenuo y sus personajes, endebles. La puesta en escena se ve armada solo en sus trazos más gruesos, con los ejecutantes además mostrando bastante hiperactividad; de manera que la acción, el humor o el romance francamente no funcionan. Para colmo las melodías suenan casi siempre insípidas y anodinas (y los vientos desafinaron varias veces). Las luces, como se hizo notar hace 14 años, tienen súbitos y arbitrarios cambios de intensidad y color.
Se puede argumentar que tanta simpleza e informalidad es excusable en un divertimento destinado más que nada a niños. Pero en eso tampoco se debe descuidar el buen gusto, porque en el lapso el teatro infantil también experimentó un avance. Los trajes -y pensamos sobre todo en los personajes 'aborígenes'- notoriamente feos, califican de disfraces, no como vestuario teatral.
Mall La Reina (Av. Francisco Bilbao 8750). Hasta el 27 de julio, a las 16 y 18 horas. $9.000 a $36.000. Informaciones al 76683541.