Hace algún tiempo -dos generaciones tal vez-, la mayoría de las mujeres no trabajaban. Ellas eran las madres y las dueñas de casa; los hombres, los proveedores. Luego las mujeres ingresaron a las universidades y al mundo laboral masivamente y adquirieron poder, porque ya tenían sus propios ingresos. Aun así, muchas parejas optaron por que la mujer se quedara en la casa. Y así fue.
Luego vinieron los divorcios masivos y en algunos sectores los maridos siguieron cuidando a sus ex mujeres porque eran las madres de sus hijos. Protegían a la familia. Y cumplían con el acuerdo, como caballeros, de que si ella había cuidado y acompañado a los hijos, entonces ellos permanecían en su rol, aun ya fuera de la casa. Pero las mujeres querían seguir trabajando.
Hoy, en el mundo entero, la opción de que solo uno de los conyuges trabaje y el otro haga familia y hogar ha resurgido. Hay un sentimiento de que alguien tiene que estar disponible en un mundo de tantos peligros.
Nueva tendencia. Pero aparece el peligro de que esas mujeres sean tratadas de parásitos por el marido, si las deja, y por los hijos, quienes creen que las cosas pertenecen a quien las paga. Se olvida que la familia dividió los roles de mutuo acuerdo. Y que los ingresos de uno eran de ambos. No. "El que pone el billete baila a las minas", decían antes en los bares. Hoy, el que pone el billete es dueño de todo y es generoso si le da a su mujer una "mesada".
Los estados protegen cada vez más a las mujeres-madres. Pero lo hacen legislando para los sectores más vulnerables, de manera que hay un espacio grande de incertidumbre en las clases medias y altas. La ley no regula los cambios de giros, los ahorros en el extranjero, las propiedades a nombre de terceros. Y como el divorcio solo es posible después de un año (si hay mutuo acuerdo), hay un vacío de la ley que permite el abuso a sus ex mujeres. Hay un gran riesgo aun para esas mujeres que no tienen cómo mantenerse ni tienen ingresos propios y dedicaron su vida a sus hijos y su casa. O al menos una parte importante de la vida.
Con el valor creciente del dinero uno entiende estos "acuerdos pre-nupciales" que hacen las celebridades. Porque las actrices no pueden filmar o hacer carrera si están embarazadas o amamantando. Y pierden. No en experiencia y en alegría, pero pierden posibilidades de autonomía futura en estos matrimonios inestables del siglo XXI.
Es curioso que en el mundo occidental que se queja por la disminución de las tasas de natalidad y que pregona el valor de la familia como valor supremo, no se haya resuelto un camino para las mujeres que quieren cuidar a sus hijos. Las futuras profesionales no saben cómo resolverlo, y es un tema que las acongoja.
Hay que tomar esto en serio.