Resulta difícil para quienes han tenido un nivel de rendimiento escolar suficiente o bueno, dimensionar el sufrimiento que significan para un estudiante las reiteradas experiencias de fracaso. La situación es más grave aún si las bajas calificaciones obtenidas terminan en la repetición de curso. En una sociedad altamente competitiva como la nuestra, la repitencia coloca al niño tempranamente en el grupo de los perdedores y puede programarlo para el fracaso. Así, el alumno con mal rendimiento se siente profundamente humillado, muchas veces ocultándolo con máscaras de indiferencia o rebeldía al sistema.
Telma Barreiro, profesora de Filosofía de la Universidad de Buenos Aires y autora del libro "Los del fondo", plantea: "De hecho, muchas veces estos subgrupos de chicos pertenecen a lo que suele llamarse el conjunto de los 'repitentes', término que funciona como una categoría o rótulo y circula habitualmente en las escuelas, sin advertir la carga de profunda desvalorización que implica para el sujeto así descalificado. Mientras un conjunto de chicos de su misma edad salen adelante, aprueban y reciben reconocimiento, ellos tienen o han tenido la vivencia reiterada de tener dificultades y tropiezos, de recibir malas calificaciones y retos, y acumular experiencias permanentes de desaprobación".
Es muy probable que aquel niño que siente que no entiende y que no va a salir adelante, se bloquee intelectualmente y se aísle, adoptando una actitud de distracción, de dispersión o de ensimismamiento o, por el contrario, que acapare la atención con una conducta disruptiva.
El daño del fracaso escolar en la autoestima académica es enorme y afecta la percepción de sí mismoque tiene el niño o la niña, en lo que termina siendo una experiencia inhabilitante, que hace que se perciba sin las competencias necesarias para enfrentar el problema y que asocie aprendizaje con angustia. Para estos niños el colegio es una experiencia cargada de sentimientos de impotencia, de ansiedad, de temor y de rabia. Y es frecuente que agreguen a su mal rendimiento problemas de conducta, afectando los vínculos con sus profesores. Caen así en la franja de exclusión que les provoca una sensación de marginalidad, que los persigue a veces hasta la vida adulta.
Cuando un niño tiene problemas escolares, no basta con darle ayuda psicopedagógica; muchas veces es necesario encontrar un contexto escolar menos exigente y más tolerante a las diferencias de ritmo de aprendizaje. Dice el dicho: "Más vale ser cabeza de ratón que cola de león." Poner a un niño en un colegio en que el sufrimiento y el fracaso marcan su experiencia educativa es altamente peligroso para su salud mental, ya que al mal rendimiento pueden agregarse problemas conductuales.