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Editorial
Lunes 21 de julio de 2014
Enfoques Internacionales: Punto de quiebre en Ucrania
Una tragedia de proporciones, como el derribo de un avión comercial sobre Ucrania, o la muerte de niños inocentes en la ofensiva terrestre israelí en Gaza dan un vuelco dramático al escenario que se vive en esos conflictos y pueden hacer la diferencia en la búsqueda de soluciones de paz duraderas...
Si para los europeos la lucha en Ucrania era algo lejano, que no les incumbía ni ameritaba el involucramiento de la UE o de la OTAN, la muerte de holandeses, británicos, franceses, belgas y otros, llevó la guerra civil hasta sus mismas casas. Un remezón de esta envergadura, con una opinión pública conmocionada, obliga a los gobiernos europeos a exigir respuestas a quienes durante meses se han desentendido de las consecuencias de sus acciones políticas y militares.
Sin tener todavía las conclusiones del informe pedido por el Consejo de Seguridad a organismos aeronáuticos especializados, hay fuerte evidencia de que el misil fue lanzado desde territorio bajo control de los rebeldes prorrusos en Donetsk, a quienes Occidente acusa de manipular las pruebas en el sitio donde cayó el avión. Quién lanzó el proyectil es otra cuestión, y también que la intención, probablemente, no fue impactar un objetivo civil. Más allá de eso, la guerra civil que se vive en Ucrania es una consecuencia indirecta de la anexión de Crimea por Rusia, que alentó a los separatistas de las regiones del este ucraniano a una lucha contra Kiev, que de otra manera no se habría desatado en esos momentos.
Hay quienes, como la historiadora norteamericana Anne Applebaum, apuntan sus dedos a Moscú, por el supuesto apoyo a los rebeldes, muchos de los cuales, dice ella, son mercenarios a sueldo ruso, ex combatientes de Chechenia, y quienes están en contacto con fuerzas de seguridad rusas. Es difícil comprobar esa acusación. Vladimir Putin culpa al gobierno ucraniano prooccidental de ser responsable de la intensificación de la lucha contra los rebeldes y de crear una situación inmanejable en la zona. Además, Moscú acaba de publicar una edición actualizada del "Libro Blanco" sobre las violaciones a los derechos humanos de los rusohablantes en las regiones del este. Kiev, por su parte, responsabiliza al Kremlin de fomentar un caos en esos territorios para justificar una acción directa de sus FF.AA.
El drama de la caída del avión malasio abre una oportunidad ineludible para que los gobiernos occidentales -y la ONU- obliguen finalmente a Moscú y a Kiev a negociar para resolver sus problemas pendientes, incluido el estatus de Crimea, y estabilizar la situación en la zona.
La difícil tarea de crear un Estado independiente
Durante nueve meses, desde julio de 2013, John Kerry, secretario de Estado norteamericano, se esforzó por llevar a israelíes y palestinos a un acuerdo. Su intención era ambiciosa: solucionar los temas que han impedido por años la creación de un Estado palestino: garantías de seguridad a Israel, los límites de Palestina, el futuro de los refugiados palestinos y el estatus de Jerusalén este. Al poco tiempo, se dio cuenta de que una solución definitiva era imposible. En abril pasado debió reconocer su fracaso y, con él, el de EE.UU. como mediador para la paz.
Washington se replegó, igual que Naciones Unidas, a un papel de mero observador. Si los buenos oficios del secretario general y sus representantes no han tenido ninguna relevancia, es en parte por la incapacidad de una voz común en el Consejo de Seguridad, donde las potencias con intereses divergentes tienen derecho a veto. Los vecinos árabes, como Egipto y Catar, tienen mucho que aportar a la tarea.
En tres meses, la violencia volvió de una forma inmisericorde. Era evidente para muchos que cualquier chispa podía encender el conflicto. La escalada bélica en pocos días, con Israel lanzando una operación terrestre y la consiguiente reocupación de Gaza, abrió un nuevo escenario, más dramático, pues desató una crisis humanitaria de grandes proporciones en la población palestina.
Para Israel esta ofensiva es de vida o muerte, pues se enmarca en la percepción de que su supervivencia está amenazada. No solo por los milicianos de Hamas, que no reconocen su derecho a existir como nación, sino porque está rodeado de países hostiles, inmersos en sangrientos conflictos, como el de Siria e Irak, donde los grupos musulmanes extremistas ganan control de amplios espacios. Los ataques de Hamas son la prueba para el gobierno israelí de que su seguridad debe ser defendida usando todo su poder. Su brutal respuesta, alentada por el ala más dura de su gobierno, busca disuadir a sus enemigos y aniquilar la capacidad militar de los milicianos radicales. Pero la contundencia de la respuesta de Israel ha sido motivo de crítica y condena generalizadas. Muchos consideran que un Estado democrático no puede responder a las amenazas usando tácticas similares a las de los terroristas islámicos.
En lo inmediato, las opciones de paz de largo plazo son escasas. La intransigencia de los radicales islámicos, así como la división política de los palestinos, igual que en 1948, juegan en contra de sus propios intereses. Tampoco se ve que la coalición israelí esté abierta a negociar. Puede que un cese el fuego o una tregua aplaquen los ánimos, pero mientras no se resuelva el problema de fondo, la situación no será duradera. Naciones Unidas, y el Consejo de Seguridad en particular, han demostrado incapacidad para resolver los conflictos más críticos en el Medio Oriente.
La gran interrogante es cómo puede la comunidad internacional llevar a cabo una labor de acercamiento que exija a los beligerantes buscar una salida, que pasa forzosamente por la creación de un Estado Palestino independiente, que dé garantías a Israel de que la seguridad de sus ciudadanos no estará amenazada.