Escrito y la segunda edición, "definitiva", de Escenas del derrumbe de Occidente (primera edición en 1998) son lo más reciente de Andrés Morales (Santiago, 1962). Recordemos que desde Por ínsulas extrañas (1982), el autor viene trabajando un registro abiertamente afincado en el crisol de la tradición castellana. Desde esa década chilena y personal, y alejada de grandilocuencias y coloquialismos -dos aleros muy seguros ya entonces-, su poesía se reconcentra en ese plural legado para mejor averiguarse e impulsarse. Aventajado heredero, por lo pronto, de Miguel Arteche, Morales tiende a empinarse por sobre la situación para atisbar el difícil hilo de lectura de los tiempos. No extrañan, pues, sus sucesivas batallas contra un hoy avasallador y su tono frecuentemente estoico -desengañado, descarnado-. Para ahondar, véase Asedios (a) Morales. Estudios y notas sobre la poesía de Andrés Morales, editado por Mateo Goycolea (Ril, 2005), con textos de Haydeé Ahumada, Jorge Rodríguez Padrón, Ana María Cúneo, Miguel Ángel Zapata, el mismo Arteche, Soledad Chávez, Eduardo Milán y otros. Escrito es "resultado de una recreación ficticia y de una investigación sistemática sobre las distintas escrituras que han existido". Una sola salvedad: aquí hablan quienes nunca tuvieron voz en el relato de la gran Historia universal. "El suicida, el juez, el escriba, el analfabeto (dictando al escribiente), el poeta 'menor', el astrónomo [...], el enfermo terminal, el cronista de los códices náhuatles" y otros sujetos, discurren sobre diversas cuestiones, pero ante todo sobre la palabra misma. Dos marcas relucen: todos los poemas están dedicados a alguien distinto y de todos se sigue una traducción, cada una en un idioma diferente. El libro es así una delicada y consistente sinopsis de la gravitación ontológica de la palabra escrita: posibilidad de recreación de lo humano, búsqueda del prójimo presentido; testimonio de humanidad, contra el verdugo circunstancial y contra la caducidad que pisa todos los talones. El inicio del poema "Jeroglífico imposible", título acaso alternativo del poemario entero, podría resumir todo el libro: "Hay tanto que decir y poco tiempo", sintaxis clarísima, metro endecasílabo y de acentuación apremiante.
Escenas del derrumbe de Occidente , con grabados de Goya, nos muestra páginas que comienzan con líneas en prosa escritas en mayúsculas, como títulos que se extienden, seguidas de líneas en versos, generalmente endecasílabos y alejandrinos. Esta condición fragmentaria justifica el título del libro con una tonalidad media. Con una solemnidad ya conocida, la escritura de Morales no excede, sin embargo, lo que podemos llamar el claroscuro de un boceto (por eso el grabador Goya es buena compañía). "TODOS RECUERDAN A SUS MUERTOS: ES EL DÍA DE DIFUNTOS. HOMENAJEANDO A PADRES, A HERMANOS, A LOS HIJOS, MIRAN HACIA EL CIELO [...]// En una larga fila de difuntos/ puestos uno a uno sobre otro,/ jamás alcanzaremos su ventura.// Estamos en esta tierra solos,/ ni Dios nos acompaña en esta tarde [...]". La prosa, siempre acompasada, y el verso, desplegado en canto sucinto, estampan un dualismo eficaz. Cada página tiene, pues, arriba un cuasi-relato y abajo una canción trunca -y en medio un pequeño vacío- que hacen evocar o invocar una totalidad. Así, toda tendencia épica y de elegía de largo aliento se morigera en concisión; libre de exageraciones, firme en su artesanía, el poema conquista verosimilitud y se impone por sí mismo.
De oficio hace tiempo indiscutible, Morales ofrece algo más: una perspectiva ardua. Porque después de Nietzsche, Spengler y Eliot, en la posvanguardia poética hispanoamericana de larga duración, y después de los chilenos años 80, la composición quebradiza, "fragmentaria", es cliché, atracción fatal y, en algunos casos, coartada de ineptitud. No en Morales, quien consolida una poética. Se le reprochará reiterarse: materia discutible. Escrito y Escenas... reafirman asuntos y tonos, ahora diversificados en pulsos variables, hábilmente tramados. El autor logra visos proféticos sin exabruptos del yo, gravedad sin pesantez, profundidad sin hermetismo.
Roberto Onell H.