Mario Göetze tiene 22 años y seguramente nunca vio jugar a Gerd Müller. Pero no pude evitar acordarme del “Bombardero” cuando recibió ese centro de Schurrle desde la izquierda para marcar la única cifra de la final de Brasil 2014. En el mundial de las emociones, de los nervios, de los traumas y los errores, el joven Götze les dio el triunfo a los más maduros.
El delantero del Bayern es una de las estrellas de la nueva generación alemana, marcada por la humildad (hace 18 años que no ganaba un título), por la inmigración y por un poderío económico que la ha convertido en una de las ligas más importantes y millonarias de Europa. Lo que a su vez le permite nutrirse de grandes estrellas que siempre dejan algo, como Robben, Ribery o ‘Pep’ Guardiola, por nombrar algunas de las más brillantes.
Alemania es campeón con justicia y nadie podrá objetar ese festejo que se prolonga en la cancha del Maracaná, desde donde escribo esta columna, a 90 minutos del emocionante final de una Copa del Mundo que superó los más optimistas deseos que tenía para este certamen.
Pudo ganarlo Argentina. Perfectamente. Higuaín se apresuró en la más clara oportunidad que tuvo en el primer tiempo y hasta ese tiro libre final que incubó la ilusión en los pies de Messi, el planteamiento de Sabella pudo tener premio. No fue un equipo mezquino ni defensivo el albiceleste, sino inteligente y calculador, dos argumentos legítimos y arraigados en la historia del fútbol. Ayer dejó venir al rival para cazarlo con espacios.
Si Argentina no fue campeón es porque Lionel Messi, el mejor de sus jugadores, volvió a brindar uno de esos partidos desconcertantes, fríos, lejanos, incomprensibles. Cuando debía aparecer en su mejor dimensión, brindó un partido opaco, de más físico que talento, donde lució apagado y sin chispa. Casi, y no quisiera decirlo, sin sangre.
Lo ganó Alemania porque siempre lo quiso, porque fue audaz y ofensivo, porque no tuvo temores. Y porque logró reunir en una misma idea a los de la vieja guardia con los jóvenes que irrumpen, en una metáfora perfecta de su evolución social. Fue un cuadro perfecto ante los dueños de casa e impecable en la final, engrandecido en sus propios errores, siempre queriendo protagonizar el juego.
Fue un mundial extraordinario. Desde las emociones y las cifras. Atractivo y cercano, donde tuvimos un increíble protagonismo con la selección chilena. Lo ganó Alemania, como en los viejos tiempos, pero en una nueva era.