La historia de la civilización es, en alguna medida, la historia de sus desechos. Que usar el baño sea hoy un trámite sencillo, realizado con comodidad e higiene al interior del hogar e incluso en recintos de uso público, es un lujo del que gozamos desde hace no más de 100 años. Hay que imaginar entonces lo que era este aspecto de la vida cotidiana, la toilette personal y su consecuencia en las relaciones sociales, en los siglos previos al advenimiento del agua corriente y sistemas de descarga al interior de edificios; más importante aún, antes del alcantarillado subterráneo como progreso urbanístico fundamental.
Desde su fundación, las manzanas de Santiago estaban cruzadas por acequias que corrían de oriente a poniente por el fondo de los sitios, sirviendo de desagüe a tajo abierto que descargaba en el río Mapocho o en el Zanjón de la Aguada; cauces que conocimos gravemente contaminados hasta hace muy pocos años. En la medida que las manzanas del centro se subdividieron, las antiguas acequias se hicieron laberínticas e insalubres. Fue recién a comienzos del siglo 20 -por increíble que parezca- que Santiago emprendió la construcción de un complejo y moderno tendido de alcantarillado público subterráneo para reemplazar el sistema de acequias y, a diferencia de ellas, se decidió que la nueva red se tendiera en el espacio público; es decir, bajo las calles.
Este progreso fundamental coincide con los adelantos técnicos de la modernidad: la provisión de agua corriente, la incorporación de la cocina en el interior de la vivienda -principalmente gracias al tendido de gas- y un invento indispensable que tomó siglos en desarrollarse: el inodoro, un ingenioso artefacto mecánico que permitió, sobre todas las cosas, mantener libre de olores indeseables el interior de la morada. El agua, el alcantarillado y el inodoro fueron sistemas modernos incorporados en antiguas viviendas unifamiliares y colectivas ya existentes; así se debió habilitar pequeños recintos para albergar el novedoso baño, lugar que los ingleses bautizaron adecuadamente como Water Closet. Lo demás es historia conocida.
Hoy, finalmente, nuestras ciudades han hecho enormes inversiones para tratar las aguas contaminadas y preservar la salubridad de nuestros cauces naturales. Nuestros ríos urbanos vuelven a ser lugares de significación paisajística, aptos para el esparcimiento. Solo en Santiago hemos recuperado paulatinamente las riberas del río Mapocho y del Zanjón de la Aguada, diseñando parques públicos de gran calidad y envergadura donde el agua limpia vuelve a tener un rol protagónico, significando además una voluntad colectiva de buen vivir.