Chile podrá decir que hizo llorar a David Luiz, a Julio César, a Neymar. Que provocó la destemplada reacción de Felipe Scolari. Que casi infarta a 200 millones de brasileños que pensaban que la peor pesadilla de su historia deportiva se repetía, pero esta vez sin siquiera el privilegio de una final en Maracaná. En suma, la Roja tuvo a este mundial al borde de la hecatombe.
Pasada la resaca del partido, despojados ya de la increíble emoción que provocó la actuación de los muchachos de Sampaoli, la gesta del Mineirao entrará fríamente en la historia para decir que, una vez más, nos quedamos en octavos de final frente a Brasil, un déja vu molesto e insufrible que parece ser el designio de nuestros mundiales, aunque ahora, objetivamente, llegamos más lejos que en Francia o Sudáfrica, no solo por los minutos jugados, por los puntos sumados, por la envergadura de los rivales y por la instancia de definición, sino además por el nivel de juego, la audacia, el coraje y la estrategia desplegada en la cancha.
Maduros finalmente, fueron los propios héroes de esta Copa los que marcaron el camino de la evaluación y el análisis, que no podría ni debiera quedarse en el recuerdo emocional de estos veinte días, sino proyectarlo al futuro.
Parece ser este el grupo destinado a sacar a nuestra selección de la impresentable sequía de títulos en más de un siglo de recuentos, y parece lógico también situar los próximos desafíos a ganar en las próximas copas América, la que organizará Chile el 2015 y la del Centenario, el 2016, que tendrá lugar en los Estados Unidos.
Como ya el pasado reciente nos enseñó, la continuidad de Jorge Sampaoli parece imprescindible para la continuidad de un trabajo que se marca no solo en el brillo de su esquema, la exigencia de su estilo y la credibilidad de los jugadores, sino en una convicción inclaudicable.
Y aunque el recambio se ve aún lejano (ninguno de los jugadores que jugó el Mundial Sub 20 se integró a esta escuadra, a diferencia de varias otras selecciones que siguen en carrera en Brasil 2014), el futuro inmediato trae enormes desafíos, donde son más las dudas que las certezas. El proceso de renovación que encabeza Hugo Tocalli no ha dado ni resultados ni explicaciones ni cercanía con la gente, lo que inquieta si se considera que los juveniles tendrán en sus pies muchos de los desafíos de la próxima temporada: dos sudamericanos, al menos un mundial (y en casa) y la clasificación a los Juegos Olímpicos del 2016.
De los frutos de ese trabajo dependerá que sigamos hablando de "la generación dorada" o que comencemos a sentir los efectos de un cambio mayor, más profundo, donde los ejemplos dejen huella y las tácticas beneficios a nuestro fútbol. Es el mismo Sampaoli el que debe remarcar que el nivel del campeonato es extraordinariamente bajo, y la distancia que toman los técnicos nacionales de cualquier proceso "revolucionario" para la triste tradición de nuestro juego nos hacen ser pesimistas con respecto a lo que vendrá.
En ese agónico tiro de Pinilla contra el travesaño brasileño se jugaba la épica más grande de la historia de nuestro fútbol. Y en el nivel de comentarios que despertó la actuación es donde, por vez primera en mucho tiempo, nos sentimos protagonistas planetarios.
¿Será otra vez un espejismo o nos sentiremos capaces de iniciar el camino que nos permita saborear y sufrir definiciones trascendentes de manera permanente? Es la duda que, con la garganta gastada, los nervios desechos y las pena latente, deberíamos hacernos.