La educación es un tópico que ha obsesionado a los más grandes pensadores de la humanidad. Mal que mal es la institución por medio de la cual las sociedades reproducen los sentimientos y creencias que la cohesionan -lo que el sociólogo Émile Durkheim denomina su "conciencia moral"- y, por esa vía, perpetúan su propia existencia. La que se encarga de familiarizar al niño y al joven con aquello que sus mayores toman como verdadero y frente a lo cual, más tarde, podrán rebelarse, como lo plantea el filósofo John Dewey. Y desde un punto de vista religioso, la que está a cargo de "instituir" la "obediencia a la otra voluntad", la de Dios, como subraya Emmanuel Levinas. De ahí que la educación ha sido desde siempre un tema crucial en toda sociedad humana, aunque nunca tanto como desde que se volvió de interés para los economistas.
Aunque la discusión jamás se ha cerrado, la tesis de que la educación tiene beneficios para la democracia reúne hoy amplio consenso. Lo decía F.D. Roosevelt: "La salvaguardia real de la democracia es la educación". Lo nuevo está en que se ha descubierto que tiene también beneficios para la economía. En efecto, desde el momento en que el conocimiento habría desplazado a los recursos naturales como principal factor de productividad y crecimiento, la educación se habría vuelto la principal palanca del desarrollo y -por si eso fuera poco- de la mitigación de la desigualdad. Algo parecido había dicho Marx al proclamar la primacía del trabajo por sobre cualquier otro factor de producción, pero eso poco importa; lo importante es que ahora economistas de izquierda y derecha están unidos tras la misma causa: la educación. Las cuestiones que antaño ocupaban a los economistas de inspiración marxista, como el "desarrollo de las fuerzas productivas", las "relaciones sociales de producción" o el robustecimiento del "poder del proletariado", han quedado en el desván. Lo mismo ocurre, al otro lado, con la promoción de la "liberalización de los mercados", la "diseminación tecnológica" o la "globalización". La consigna común a todos ellos pasó a ser "dime cómo es tu educación y te diré cuán desarrollado e igualitario será tu país en el futuro".
Hay que admitirlo: bajo la égida de los economistas se hizo realidad el viejo sueño de colocar la educación en el centro de la agenda de la sociedad y la política. Pero ha traído consigo que filósofos, religiosos, sociólogos, psicólogos, incluso pedagogos, han debido resignarse a que su diseño y conducción se desplace a las manos de los economistas. Observan impotentes cómo el sistema educacional se va poblando paulatinamente de indicadores y test inspirados en la OCDE antes que en su experiencia, pues los mismos son indispensables para que los economistas puedan actuar sobre el mundo.
Si es cierto aquello de que lo que se mide finalmente se persigue, entonces la nueva batería de índices para definir y evaluar los fines y resultados de la educación revela algo que parece obvio: la visión de los economistas, la cual persigue mejorar el "capital humano" y, por esa vía, incrementar la productividad y el crecimiento. De ahí que el énfasis se coloque en los conocimientos y habilidades de tipo analítico y matemático, que se supone proveerán al alumno de oportunidades en el mercado de trabajo, en desmedro del conocimiento creativo, práctico o intuitivo, así como del cultivo del llamado "capital social" que se crea mediante la educación en el saber general y en normas y conductas que la sociedad quiere preservar por el valor moral que representan. Como se aprecia, la colonización de la educación por los economistas no es trivial, y aún está por verse si conseguirá lo que persigue.