Hay que reconocer la gesta de Diego Simeone y el Atlético de Madrid, por más que suponga la gran excepción a la teoría que estoy a punto de despachar.
Creo que en América, por estos días, gana cualquiera, sin importar el nivel de inversión que signifique el plantel. El fenómeno -que nació hace varios años en Argentina- responde a un proceso de igualar, reguladamente, las posibilidades. De manera consciente, en el caso de Cristina Fernández y Julio Grondona, donde el ejercicio es más participación, más regionalización, más igualdad, más dineros públicos. Más "socialismo", si me acepta el término.
En el caso de Chile, el Estado igualó a los más chicos construyendo estadios. Con el anuncio esta semana de la construcción de nuevos coliseos en San Felipe y Ovalle, la señal sigue siendo potente: no importa cómo ni quién administre los clubes, los recintos estarán igual. Paralelamente, cuando todos pensábamos que el poderío de las grandes sociedades anónimas polarizaría los éxitos, las malas decisiones y las luchas internas posibilitaron que en los últimos torneos ganaran Huachipato, Unión, O'Higgins y el último Colo Colo, pero porque nadie más estuvo dispuesto a pelearlo.
Los torneos chilenos, sin ir más lejos, están hechos para que el club más humilde juegue la Copa Sudamericana.
Solo para hacer el punto. Si hace algunos años alguien hubiera dicho que las semifinales de la Libertadores las jugarían Bolívar, Defensor Sporting, Nacional de Paraguay y San Lorenzo, lo habrían metido a un manicomio. El presupuesto de esos cuatro equipos se paga con la caja chica del Real Madrid. Hoy, en Sudamérica, se puede aspirar a ser campeón -local o internacionalmente- sin tener una chequera o un presidente que vista de túnica. Ni siquiera se necesita de una sociedad anónima regentada por millonarios.
Distinto es el caso europeo, donde este año el modelo "capitalista" se consolidó. En Alemania, Italia, Holanda, Grecia o Turquía ganaron los equipos que hicieron la mayor inversión. Y con holgura. En Inglaterra y Francia la corona la levantaron quienes pudieron conformar planteles súper millonarios -gracias al directo patrocinio de petrodólares árabes-, ratificando que por estos días la fórmula es despiadadamente simple: el que más tiene, más gana.
Pero tenía que aparecer el "Cholo" Simeone para arruinar la tesis. Con un equipo armado con paciencia y retazos, el argentino ganó la Liga a un Barcelona que este año gastó -al menos, porque aún no se sabe a ciencia cierta- 150 millones de euros en Neymar. Y que le acaba de renovar a Messi por una cantidad grosera. Y llegó más arriba que los magnates del Bayern, el PSG o el Manchester City. Para salir de la crisis, el Manchester United, por ejemplo, ya habla de una inversión de 200 millones de euros.
Simeone podría ahora darse un nuevo lujo. Privar al Real Madrid -que pagó 120 millones de euros solo por Gareth Bale y acaba de renovar a Cristiano Ronaldo por otra cantidad insultante- de la décima Champions, contraponiendo un estilo que a veces nos parece poco elegante y estéticamente reprochable, pero necesario para bailar en una pista donde todo lo que brilla es oro.
En el mundo técnico, el debate por el origen del dinero no existe. Por eso, en el comparativo, se envidia el modelo europeo y se desprecia, por pobre e igualitario, el sudamericano. Se le define con un concepto: "nivelar hacia abajo". Yo sigo teniendo mis dudas. Por eso, por estos días, el "Cholo" es mi superhéroe, el hombre que derribó al sistema, el que puso en jaque a los millonarios, y porque relativizó, afortunadamente, la tesis de esta columna.