Coincidiendo con la celebración del Día del Trabajo, la Presidenta Bachelet y la ministra Blanco firmaron una indicación para perfeccionar el proyecto de ley presentado por el gobierno anterior sobre el régimen laboral de las trabajadoras domésticas. Se entenderá que usemos el plural femenino, ya que, según encuestas recientes, entre el 95% y el 98% de quienes ejercen este oficio son mujeres.
Aunque su denominación legal es "trabajadoras de casa particular", por influencia anglosajona se ha popularizado el apelativo más breve de "nanas". El estatuto laboral de las "nanas" ha mejorado con el tiempo, pero es necesario avanzar aún más en normas que amplíen y garanticen sus derechos, en cuanto a jornada de trabajo, descanso, feriados y remuneraciones, sobre todo para las que laboran "puertas adentro" y viven en la casa de sus empleadores. Es positivo que esta vez el nuevo gobierno no haya optado por retirar el proyecto de ley presentado por el Presidente Piñera y haya preferido la vía de formularle indicaciones que contribuyen a reforzarlo en la línea del Convenio 189 de la OIT, sobre trabajo decente para trabajadores domésticos.
Sin embargo, las reformas legales no son suficientes por sí mismas para que el trabajo "puertas adentro" sea apreciado como debiera. Se necesita un cambio cultural profundo para que se valore el quehacer doméstico como un trabajo profesional, especializado y de alto impacto socioeconómico. Es contradictorio que, por una parte, se abogue por dar mayor protección jurídica a estas trabajadoras y, por otra, socialmente se las trate como un segmento marginado, que ejerce un empleo de bajo nivel del que deberían librarse lo más pronto posible para acometer otro tipo de trabajos, supuestamente más acordes con una sociedad moderna.
Este doble estándar se manifiesta en episodios recientes, como el de aquellas frases desafortunadas ("...todas las nanas caminando pa'afuera..., y tus hijos ahí en bicicleta...") que intentaban justificar la restricción de que las empleadas caminaran al interior de un condominio; o como el sucedido en el último festival Lollapallooza, donde individuos del público intentaron insultar a la cantante Ana Tijoux gritándole "cara de nana".
Queda mucho por hacer para dignificar el trabajo doméstico. No se trata de asumir un paternalismo condescendiente, al estilo de "es una más de la familia" o comportarse como con las antiguas "mamas" que criaban a los hijos y nietos de sus patronas, pero no tenían espacio para su propia vida personal y familiar. Lo que se requiere es valorar a estas trabajadoras como auténticas profesionales, que desempeñan un trabajo tan digno, eficiente y necesario como el que realizan sus empleadores fuera de la casa. No debería sorprender, por ejemplo, que hubiera centros de formación donde pudieran prepararse para sus funciones o instancias de capacitación para perfeccionar su trabajo, mejorar sus ingresos o acometer labores de mayor complejidad, como el manejo de nuevas tecnologías, la asistencia de discapacitados o de personas de la tercera edad.
Pensamos que la valoración y aprecio por el trabajo de las "nanas" va muy de la mano de la consideración de esas otras trabajadoras "puertas adentro", que son las miles y miles de chilenas que se dedican a las labores del hogar y al cuidado de sus hijos. En las proximidades del Día de la Madre, habría que pensar que su trabajo es a veces menos reconocido que el de las empleadas domésticas, porque se las estigmatiza con la idea de que están perdiendo la oportunidad de realizarse plenamente, al no acceder al mercado laboral.
Esa mirada implica nuevamente minusvalorar el trabajo al interior del hogar. Con demasiada frecuencia se oye aquello de que "mi señora no trabaja... es dueña de casa". Seguro que trabaja duro y realiza una labor más delicada y de mayor impacto social que la del desaprensivo marido que se expresa en tan lamentables términos.