Cualquier "teoría, modelo o paradigma que formule que hay solo dos posibilidades -el desastre o un particular camino de salvación- debe ser prima facie objeto de sospecha", escribía Albert O. Hirschman. "Después de todo, hay un lugar, al menos temporalmente, que es el purgatorio", añadía.
Me vino a la memoria después de que un economista de fuste, y quien fuera otrora un todopoderoso ministro de Hacienda, Andrés Velasco, dijera respecto de la reforma tributaria: "En esta materia no hay verdades reveladas, no hay un conocimiento científico indiscutible, y por lo tanto hay que echar mano a discutir".
Lo de Velasco ha sido una bocanada de aire fresco. La soberbia de quienes afirman saber con exactitud lo que ocurrirá de ser aplicada, la celeridad de quienes creen que su aprobación tiene una fecha de caducidad ineluctable, más la profusión de panfletos y videos, han vuelto cuesta arriba discutir. Pero habrá que hacerlo. No tanto para proveerle de legitimidad, pues la reforma tiene a su favor la sanción de las urnas. Habrá que hacerlo porque, cuando se admite que no hay "verdades reveladas" ni "conocimiento científico indiscutible", el diálogo es la mejor fuente de conocimiento.
Dialogar, por lo demás, es el ethos del actual gobierno.
En las áreas de educación y energía, aun a riesgo de parecer dubitativos -eso que a los hombres, en particular, nos afecta tanto-, los ministros respectivos han desplegado amplios procesos de diálogo con los actores sociales y los expertos. Lo mismo se está haciendo en relación con reformas concernientes a descentralización, previsión, salud y desarrollo urbano. La ruta la fijó la Presidenta Bachelet a pocas horas de haber asumido. Refiriéndose a la nueva Constitución, dijo: "cuando un país y un pueblo hacen una, es muy importante que haya un proceso (...) que sea por un lado democrático, participativo y legítimo".
El mismo precepto es válido para la reforma tributaria. Mal que mal, lo que la Constitución es para el sistema político, la estructura tributaria lo es para el sistema económico. Si la primera gobierna las relaciones entre el Estado y los ciudadanos, la segunda gobierna las relaciones entre el Estado y los agentes económicos -e, históricamente, su alteración ha provocado más revoluciones que los cambios en el campo político-. Conviene, por lo mismo, discutir.
Ayudaría mucho si quienes se oponen a ella se deciden a dejar de lado lo que Hirschman bautizara la "retórica reaccionaria". Se refería así a un tipo de respuesta intelectual que, ante cualquier propuesta de cambio, saca a relucir lo que serían sus efectos perversos, los cuales irían en la dirección opuesta a lo que persiguen sus promotores. En este caso, por ejemplo, en vez de allegar más recursos para los grupos de ingresos bajos y medios, la reforma tributaria terminaría por arrebatárselos, cuestión de la que sus promotores no se han dado cuenta. Los cálculos para llegar a tales conclusiones son variados, y no viene al caso entrar en ellos. Lo constante es que, por un extraño artilugio, las consecuencias no intencionadas son siempre negativas, ellas juegan siempre en contra del cambio y a favor del statu quo , y quienes lo descubren son siempre los favorables a que este se mantenga intocado. Es un tipo de raciocinio muy apreciado por nuestros colegas economistas, pero que hace difícil "echar mano a discutir".
La sociedad chilena está abriendo las "cajas negras". Ya no obedece al chantaje de las "verdades reveladas" ni del "conocimiento científico indiscutible". Ni sigue a los que le prometen el paraíso o la defienden del infierno. Vaya uno a saber: quizás se contente con el purgatorio.