Si se quiere vivir en forma equilibrada y lograr una sensación de armonía y bienestar emocional, es necesario tener una actitud de cuidado y de valoración de sí mismo. Incluso el mandato evangélico anima a "amar al prójimo como a uno mismo". Al contrario, la evidencia sugiere que muchas personas aún no han aprendido a quererse: no valoran lo que son ni lo que hacen, no se dan espacio ni tiempo para cuidarse apropiadamente, son sordos a sus necesidades o a actividades que les ayudarían a crecer emocionalmente.
Las mujeres, especialmente las que son madres, tienden a postergar sus necesidades y sus posibilidades de desarrollo para dedicarse al cuidado de sus familias, lo que no siempre es suficientemente reconocido o valorado. Esta no valoración las lleva a deprimirse o a asumir una actitud de resentimiento y de queja que resulta muy poco grata para la convivencia.
He tomado el título de esta columna del excelente libro de la psicóloga Ana María Daskal "Permiso para quererme. Un abordaje de la autoestima femenina". La autora, con una mirada lúcida, va develando en su libro cómo la socialización femenina impacta en cómo se sienten las mujeres y cómo se descuidan a sí mismas. Esta postergación de las propias necesidades termina muchas veces, por no decir siempre, pasándoles la cuenta de una u otra forma. El libro sugiere alternativas para autoevaluarse y enmendar rumbos en este importante camino que es la autovaloración.
Las limitaciones que los padres imponen a las hijas, muchas veces justificadas por la necesidad de protección, disminuyen su autonomía y seguridad en sí mismas. Se las deja menos tiempo a solas, pero también se las programa para hacerse cargo de sus hermanos más pequeños y de las labores de la casa. Según la autora, la relación madre-hija es uno de los ejes fundamentales de la autoestima femenina. Daskal sostiene: "...esa historia vincular es particularmente significativa, porque la madre constituye el primer modelo genérico en lo que a la autoestima se refiere". Y continúa más adelante: "Son muchas las mujeres que reconocen en sus propias dificultades para valorarse, la repetición de lo que ellas habían percibido en su propia madre: madres que admitían malos tratos y descalificaciones; que nunca se ocuparon de sí mismas; que siempre estaban otorgando valor a lo que hacían o decían otras madres que se autopostergaban; que descalificaban abierta o indirectamente a las mujeres".
Las madres deben entender que, al permitirse quererse a sí mismas a través del cuidado y del desarrollo personal, están entregando a sus hijas un modelo positivo de autocuidado, de valoración personal, de satisfacción de las propias necesidades y de aprovechamiento de las oportunidades de crecer.