No sé cómo mi mujer, que no fuma, me aguantó tantos años como fumador empedernido. Yo fumaba en la cama. Si escribía, no podía faltarme el pucho. Muchas quemaduras en los bordes del escritorio eran señal de profesionalismo periodístico. Yo alcancé a fumar dos paquetes al día.
Y ahora pienso en mis hijos, que también fumaron el humo que yo despedía. Mis nietos no alcanzaron a ahumarse, salvo por un yerno mío que ha hecho todos los esfuerzos, y ya no fuma.
Leo un paper financiado por la Comunidad Europea, un estudio en la Universidad de Maastricht, y me sobreviene más culpa, sobre todo ahora que me aparece un asma heredada de mi abuelo paterno, fumador.
El estudio recorrió el mundo para analizar las fichas de 2,5 millones de niños recién nacidos y más de 247 mil niños que llegan a hospitales a tratarse por asma.
La investigación respalda lo que ha estado haciendo el Ministerio de Salud para acorralar a los fumadores. Yo, que ya no lo soy, aplaudo.
Los partos prematuros bajaron en un 10% en los países donde no se podía fumar en los lugares públicos y las oficinas. Y las urgencias por asma infantil bajaron prácticamente en el mismo porcentaje.
Yo veo a mi yerno, hijo de fumadores, luchar contra el cigarrillo. Lo está logrando, a tal punto que corrió los 42 km en el maratón de Santiago, al igual que mi hijo, que creo que no ha fumado nunca.
Es una alegría que ninguno de mis hijos fume. No he visto a mis nietos fumar, tampoco. Yo, en cambio, nací en una familia nicotinosa.
Hasta que mi editor en Revista del Domingo de este diario me llamó: "Vamos a hacer una campaña contra el cigarrillo, y por lo menos yo, por razones éticas, voy a dejarlo", me dijo. "¡Yo también!", me sumé. Y empecé a reportear.
Visité hospitales, conversé con gente con enfisema oxigenodependientes. Me impresionó un médico broncopulmonar que desde su catre clínico me dio su testimonio "para que la gente no caiga en lo que yo caí", me dijo. Murió a las pocas semanas.
A medida que me metía más en el tema me daba cuenta del enemigo silencioso que es el tabaco para la salud pública.
La campaña que hicimos nos costó sangre, pero la sostuvimos, con el apoyo de la dirección del periódico, durante meses.
Nunca más fumé.
Desde entonces, en los 80, hasta ahora, los argumentos han seguido desprestigiando a cigarrillos y fumadores. La nueva ministra de Salud, Helia Molina, ya se declaró coincidente con la guerra al tabaquismo que había dirigido el ex ministro Mañalich.
Ahora el humo me molesta tanto, que cuando una fumadora se me cruza en el camino, por linda que sea, ni la miro. Qué horror si hubiera que besarla.
Y pienso en mi mujer, conmigo fumando en la cama. Me debe haber querido mucho.