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Cartas
Domingo 20 de abril de 2014
Putin, Irina y Juan Pablo II
Señor Director:
Estamos en una crisis en la política internacional que nos obliga a remirar el Mar Negro de allá. La figura clave es el señor Vladimir Putin, del cual debería ocuparse un Shakespeare contemporáneo. Hay muchos indicios para sospechar quién es, en definitiva, el zar del siglo XXI. En un momento, el Papa Juan Pablo II recibió un recado de óptima fuente para desvelar el rostro caucásico del jerarca. Me tocó transmitir un mensaje, fui una especie de hilo telegráfico, nada más. Ahora considero que puedo publicar algo en "El Mercurio".
Irina Alekseevna Ilovaiskaya, también conocida como Irina Alberti por su matrimonio con un diplomático italiano, fue la hija de un alto oficial de ese Ejército ruso anterior a la Revolución de Octubre. Irina llegó a ser una máxima autoridad en lexicografía y una gran teórica lingüística. Siempre fue un lúcido apóstol de la unidad entre la Iglesia Ortodoxa rusa y la Iglesia Católica. Poco a poco, hasta llegar a ser algo impostergable, creció en ella la convicción existencial y teológica de que debía hacerse católica. Parto doliente que la llevó a ser, en persona, síntesis de ambas tradiciones. A petición de Solzhenitsyn, ella reelaboró los originales de "Archipiélago Gulag" y preparó la primera edición.
En abril del 2000 pude alojarla en mi casa, próxima a Frankfurt. Pasaba ella unos días en Alemania, por sesiones de trabajo, junto a unos cineastas polacos con los cuales se gestaba un filme que no llegó a nacer, sobre un héroe de la resistencia en los años de la sangrienta represión rusa contra los cristianos. La llamaban la "musa de los disidentes" del comunismo soviético. Por sus conocimientos, llegó a ser la mejor informante del caminar ético y político de los jerarcas de Moscú. Cinco o seis veces al año, Juan Pablo II se reunía con Irina toda una mañana, para recorrer el panorama de ese mundo todavía hermético.
Pues bien, el último domingo antes de su muerte, Irina me pidió la Eucaristía. Participó con un recogimiento de contemplación. Inmediatamente después, me entregó su testamento en un sobre gastado. Y la dulzura de su mirada de larga combatiente se tornó casi acerada: "Creo que se acaba mi tiempo. Diga adonde corresponda lo siguiente, pero dígalo con firmeza: 'El señor Putin es hábil, es espía de alto vuelo. No tiene el menor escrúpulo moral. Sépalo y no dude. Putin es el Stalin del siglo XXI. Tan cruel como Stalin, pero zorro como nadie de cuantos conocí en las luchas abiertas y en las clandestinas' ".
P. Joaquín Alliende