Que no haya un solo tropiezo ni vacilación en las más de dos horas y media que dura la versión local de "Cats", tal vez no parezca gran cosa. Pero es un tremendo mérito tratándose de un exigente género cuya ejecución no admite errores, en un medio que busca desarrollar su cultivo. El resultado es un completo triunfo en términos de riguroso trabajo artístico y técnico tanto como esfuerzo de producción. En verdad se cuentan con los dedos de una mano las ocasiones en que se haya podido ver aquí un montaje de teatro musical de esta envergadura, con tan diestra y armoniosa fusión de sus partes.
Así, sin temor a ser defraudado, el espectador se puede dejar llevar por el arrobamiento y placer sensorial que ofrece la obra de Andrew Lloyd Weber, 'hit' imbatible del género que -inspirándose en un librito de versos que T. S. Eliot, uno de los poetas mayores de habla inglesa del siglo XX, escribió para sus ahijados- traza un mundo mágico y de extravagante fantasía, que nos presenta una reunión ritual de una singular cofradía de gatos de tejado. En el retrato del encanto sinuoso y el misterio de sus personajes felinos predomina un tono humorístico y juguetón, y la música que acompaña la acción suele ser pop; pero se sugiere que estos gatos antropomórficos de algún modo reflejan la condición humana, y hacia el final deriva en una alegoría mística de redención.
Ésta, claro, es una adaptación que difiere del original en varios puntos. El reparto masivo se reduce aquí a 27 ejecutantes en escena, lo cual igual es impresionante para los parámetros criollos; tiene una coreografía propia, del argentino Eduardo Yedro quien también asumió la dirección general; y se eliminó el gran efecto escenográfico con un rápido cambio de ambientación a la vista del público. La estética es algo menos luminosa y colorida, y los maquillajes, de menor elaboración.
Pero la magia y lirismo fluyen del mismo modo asombroso y seductor. Aunque "Cats" -creada en 1981- se ha vuelto un título imprescindible del género, es un musical atípico, casi sin una historia, y cuyo fuerte está en el despliegue visual y físico. Por eso no es raro que el resultado acierte con un elenco principalmente de bailarines, que definen bien el carácter de sus roles y cantan y dicen sus breves textos con sorprendente seguridad, siempre en personaje y en el estilo correcto. Y que el logro global se deba atribuir a Yedro, responsable del inteligente 'casting', de la hábil modulación de las atmósferas y continuo movimiento escénico, el cuidado afinamiento de los detalles y la estricta exigencia a los ejecutantes. Todos tienen su momento para lucirse, pero lo importante -como debe ser- es el afiatado trabajo en equipo. La parte musical vuelve a ser impecable, otra vez bajo la dirección de Juan Edwards.
Tras el intermedio, el no conocedor puede temer que seguirá el desfile de personajes; en cambio la segunda parte reserva los momentos más atractivos y poderosos de la jornada. Cierto es que la propuesta y la partitura tienen una sensibilidad ochentera algo añeja, pero dado el positivo balance eso carece de relevancia. Tampoco que a ratos la letra de las canciones no se entienda, sobre todo en la sección inicial, y que su traducción olvide que lo que escuchamos es en realidad poesía cantada.
Teatro Municipal de Las Condes. Apoquindo 3300. Jueves a sábado a las 19:30, domingo a las 18:00 horas.
Entradas desde $25.000.