Casi en la frontera con Portugal, en el pueblo gallego de A Trabe, viven apenas unas cincuenta personas. Dos o tres calles de gravillas, flanqueadas por casas hechas de piedra laja, muchas de ellas abandonadas. Mujeres sentadas en bancos, vestidas con delantales, hacen una pausa en medio de la jornada laboral. Mientras uno camina por allí, es imposible evitar que se impregne esa sensación de abandono. ¿Es que alguna vez este pueblo tuvo vida?
Apenas unos cientos de metros hacia el sur, cruzando el pueblo, está el viñedo, una ladera que de pronto cae abruptamente hacia la quebrada. Portugal se encuentra al otro lado, pero para cruzar la frontera, primero hay que internarse en ese viñedo de parras retorcidas, tan viejas que el tiempo las ha desfigurado. Monstruos deformes y enanos, esparcidos en medio de la hierba verde, como huérfanos.
En apariencia, esa viña tiene el mismo nivel de abandono que las casas de piedra de A Trabe, pero no para el viticultor José Luis Mateos. Donde los demás han visto desolación, Mateos vio belleza. Con ellas ha diseñado uno de los tintos más importante de Galicia. Lleva el mismo nombre: A Trabe. Y es imprescindible.
A Trabe es imprescindible por muchas razones. Una es el lugar, sobrecogedor en su desolación. La otra es la mano de Mateos, que supo traducir ese paisaje en vino, y también está la edad del viñedo, el hecho concreto de que esas parras han aprendido a estar allí, a conocer su entorno en un proceso lento y paciente de adaptación. El resultado es uvas que dan vinos imponentes, pero no en su tamaño, sino que en su dimensión.
Viejas parras. Gran tema. Tras las varias crisis del vino chileno -especialmente hacia los años 80- una buena parte del patrimonio de viejos viñedos desapareció. Cuando las cosas se pusieron mejor, ya en los 90, nuevos viñedos llegaron a reemplazar a los viejos. Esos son hoy la base de la viticultura nacional. De acuerdo al Servicio Agrícola y Ganadero, en 1994 había unas cincuenta mil hectáreas de viñas; hoy hay casi 130 mil. La base del éxito de los simples y bebibles vinos nacionales se gesta en esas plantaciones.
¿Pero qué tiene de bueno una parra vieja? De acuerdo a la experiencia del enólogo Pablo Morandé en el tema, la mayor edad del viñedo da vinos de más peso, de más sabores. "Esto no se puede replicar en una planta joven, por mucho que yo le reduzca la cantidad de kilos por parra, no da esa misma densidad", asegura.
Morandé elabora varios vinos de viejos viñedos, en especial carignan. Su Re Nace de Bodegas Re es un carignan que viene de viñedos plantados en 1950, en Loncomilla, Valle del Maule. Y es, efectivamente, un vino de peso y complejidad de sabores. "Por lo general, se considera una planta joven cuando pasa de los seis años. En el caso del carignan, quizás sea un poco más lenta. Digamos unos diez años. Los vinos de parras adolescentes son briosos, hormonales, menos frutales y a veces más vegetales, más ligeros y simples".
Una experiencia distinta ha tenido el enólogo Pascal Marty, esta vez con los viñedos de cabernet sauvignon y merlot de más de 80 años de Macul, de la viña Cousiño Macul. Estas parras van para Lota, el más ambicioso de los vinos de esta bodega del Maipo, pero la materia prima -según Marty- no muestra en un comienzo lo que el vino resulta ser. "La uva de estas parras es mala, de poco color, de pocos sabores. En cambio las plantas más jóvenes tienen más fuerza, más follaje, la piel más gruesa, mucho más color." Afirma. Sin embargo, una vez que el vino sale de su fase de crianza, todo cambia. "Se vuelve más fino, mucho más suave, más elegante".
Las parras viejas también tienen mucho que ver con algunos de los grandes re-descubrimientos del vino chileno en los últimos años. El renacimiento del carignan (y su posterior materialización en los Vignadores de Carignan, Vigno) se debe al material original, traído desde Francia e implantado principalmente en el Valle del Maule hace más de sesenta años. Lo que sucede hoy con la cepa país no es casualidad. Nadie la está plantando (la moda aún no llega a tanto), así es que los exponentes de la cepa son de parras viejas, y algunas veces hasta viejísimas, de más de cien años.
Y claro, también el renacimiento del Valle de Itata se basa en viejos viñedos. La nueva valoración que se hace de ese valle en general, y de sus cinsault y moscatel en particular, tiene mucho de rescatar tradiciones y culturas, pero bajo todo eso subyace la calidad y el carácter de sus vinos, basados en viejas, muy viejas parras.
A continuación, una lista de algunos vinos de viejos viñedos que vale la pena probar.
Elegidos:*Bodegas Re, Renace Carignan 2011 ($50.000)
*Casa Lapostolle, Clos Apalta 2010 ($110.000)
*Casa Silva, 1912 Vines Sauvignon Gris 2013 ($9.690)
*Cousiño Macul,Lota 2008 ($70.000)
*De Martino, Single Vineyard Limávida 2011 ($16.490)
*Maitía, Maitía 2013 ($7.000)
*Miguel Torres, Cordillera Vigno 2010 ($11.500)
*Morandé, Edición Limitada Carignan 2010 ($12.990)
*Neyén, Neyén 2009 ($40.000)
*Santa Helena, Parras Viejas 100+ 2011 ($22.900)
*Valdivieso, Single Vineyard malbec 2011 ($9.000)