Aunque haya espectadores poco informados que lo crean (también porque eso se ha deslizado en la prensa), el montaje que presenta el GAM de "Un tranvía llamado deseo" no escenifica la pieza de Tennessee Williams (1947), su obra maestra y un clásico absoluto del siglo XX. Se le parece, claro, parcial o aproximadamente. Pero no corresponde hablar de una versión del texto valorado con el tiempo como uno de los más perfectos y sugestivos escritos durante 1900; tampoco busca trasponer en estricto rigor la historia y atmósfera creadas por el dramaturgo, ni los temas y estilo desarrollados en su estructura.
Es, sí, un trabajo experimental a partir de ese material, cuya autoría pertenece mayormente al director Alfredo Castro. Como lo hizo antes en otras propuestas contemporáneas suyas, él intervino y modificó el texto, reescribiendo la situación, personajes y diálogos a fin de hacer presentes otras ideas y aspectos contenidos en este que le interesaba revelar, iluminándolos también a través de su puesta en escena.
Así elimina los roles de contexto y restringe la intriga a solo cinco de sus personajes (las dos parejas más el joven cobrador) con cortes y algunos diálogos nuevos, mientras exacerba la artificiosa teatralidad de la exposición ubicando el relato en un espacio que es una escenografía y a la vez una instalación. El uso de la luz tiene el mismo sentido funcional, y, al mismo tiempo, conceptual y simbólico.
Cuenta cómo la refinada y neurótica Blanche (Amparo Noguera) que vive en un mundo propio y siente horror de la vejez, llega -en crisis y la más completa bancarrota- a hospedarse en el mísero departamento de su hermana menor (Paloma Moreno) y su esposo Stanley (Marcelo Alonso). Pero el centro aquí no es el deseo reprimido, la fragilidad y la ilusión derrotadas por la brutal realidad, o la nueva Norteamérica que desplaza a la tradicional. Castro vierte la historia extrapolando al menos tres puntos: el factor de la locura, que vuelve impreciso el límite entre verdad y fabulación; la idea de que la protagonista es el 'álter ego' de Tennessee Williams; y el choque antagónico de aristocracia y proletariado.
Todo ello puede resultar atractivo como un rodeo más bien cerebral y especulativo en torno a la fuente original, que deriva en que Blanche se manifiesta sexualmente agresiva y derechamente desquiciada desde la primera escena (y el descontrol la torna vulgar), en tanto el primitivo Stanley se muestra invariablemente violento mientras habla a garabato limpio con abundantes chilenismos. Ello no solo diluye a sus personajes y los hace difíciles de reconocer, sino que ahuyenta la potencial poesía de la ficción y -peor aún- le quita sutileza y emoción. La evolución de los términos planteados así ya no es compleja ni rica.
Tratándose del original, la obra es un banquete para su elenco. Aquí nos parece que ninguno de sus intérpretes hace más de lo que ya ha hecho antes. No obstante Amparo Noguera es una actriz tan notable que igual tiene un desempeño por momentos electrizante. Hay que esperar dos horas (de los 140 minutos totales que toma la experiencia) para llegar a sus dos escenas de real interés dramático, y las únicas con emoción: Blanche y el joven cobrador (Pablo Rojas), y Blanche y su eventual novio, Mitch (Álvaro Morales, muy bien en ese tramo).
Centro GAM. Av. Libertador Bernardo O'Higgins 227. Miércoles a sábado a las 21:00 horas. $8.000 y $4.000. Informaciones al 25665500.