Porque Colo Colo había sufrido mucho, durante mucho tiempo, y el indio en su dolor despierta solidaridad y aprecio. Porque sigue siendo el animador por excelencia del fútbol chileno, el gran sostenedor de las fiestas masivas, el que eleva las estadísticas de asistencias cuando gana y hace llorar a las tesorerías ajenas cuando entra en veda de triunfos. Se acerca a los 90 y sigue siendo "el popular".
Porque este plantel invitó al optimismo a parciales que parecían entregados a la fatalidad y metió miedo a sus adversarios con su sola fuerza anímica. Ayer atropellado, ahora atropelló por los micrófonos y en el pasto. "Vendrán a meterse atrás nuestros rivales", dijeron. Y así fue.
Porque Colo Colo es de los pocos clubes nuestros que respeta su tradición. No solo porque tenga su museo y no solo porque viva en la memoria de los más antiguos. Al contrario, es en la retina de los más jóvenes donde parecen estar grabadas las imágenes de aquellos ídolos del más lejano origen albo. En las agrupaciones juveniles no falta el retrato de David Arellano, se resalta a Misael Escuti, a "Chamaco" Valdés. Ese respeto por la propia historia merece premios. Treinta y más.
Porque al frente del club hay un hombre serio. Un dirigente netamente del fútbol, que conoce todos sus caminos y no busca atajos ni desvíos. Porque Arturo Salah es del fútbol y a Colo Colo le hizo bien. Un hombre decente nunca sobra. Menos hoy.
Porque al frente del plantel se instaló un joven maduro y sensato. Desde que apareció dando la cara cuando desfallecía Gustavo Benítez, Héctor Tapia mostró esa mesurada seguridad que lo acompañó hasta el triunfo final. Sin aspavientos y con gran respeto por los adversarios, por los colegas, por los medios y por todo el mundo, fue una voz balsámica en medio de los aullidos y los lloriqueos que ensordecen. Firme, se impuso a dirigidos y a directores.
Porque Miguel Riffo colaboró decisivamente a dar la imagen de unidad al interior de los mandos. Si su carrera como jugador fue una prueba de entrega y sacrificio, su estreno técnico también alegra. Su silencio fue una voz importante.
Porque Justo Villar vino a prolongar a Chile una carrera internacional notable. Llegó en el punto peor de la crisis y su presencia fue la piedra angular del edificio que luego se construiría. Decisivo, Villar.
Porque momentos duros, que pudieron retornar a las crisis, se resolvieron con inteligencia. Los reclamos de Vecchio por los reemplazos, y más tarde los de Olivi, pudieron volver al plantel a desequilibrios emocionales conocidos. Pero no sucedió. Entendieron todos que había un objetivo común más importante que los personales.
El gran mérito es de Tapia, pero es evidente que el plantel también maduró.
Porque Gonzalo Fierro reavivó su vigente veteranía, porque Julio Barroso confirmó clase de campeón, porque Jaime Valdés fue un retornado de lujo, porque Felipe Flores a ratos entendió.
Por eso y por mucho más...