Colo Colo ya es el campeón, y lo es en justicia.
Fue el mejor equipo del torneo -lo que no es mucho decir-, pero reivindicó, a través de cifras impecables, su campaña. Se corona dos fechas antes del final, ha perdido un solo partido y si bien el saldo futbolístico no es alentador, ostenta con holgura la mejor diferencia de gol. Tuvo contundencia en la primera mitad del certamen y pragmatismo en el tramo final, cuando los nervios y el desgaste de la fórmula se hicieron evidentes.
Gran parte del mérito es para Héctor Tapia, un ex jugador que tras un breve tránsito por las divisiones menores se hizo cargo de un equipo aniquilado por Gustavo Benítez, quien, preso de sus propios temores y odiosidades, les transfirió a los jugadores una carga negativa que estuvo a punto de provocar una crisis de mayores proporciones.
Despojado de la mochila de resentimientos históricos que cargaba la presidencia del club y su antecesor en el cargo, Tapia fue capaz de comprender que al plantel le faltaban referentes y experiencia, y exigió la llegada de Esteban Paredes, Jaime Valdés y Julio Barroso, a los cuales casi agrega a Claudio Maldonado. Y bastó para enrielar el camino al éxito.
El mérito de Tapia fue reivindicar la figura del interino, un síndrome que -insospechadamente- este semestre afectó a las dos universidades. Así como Cristián Romero y Rodrigo Astudillo jamás mostraron vocación genuina para romper el cerco autoinfligido (lo mismo que había sucedido antes con Fernando Astengo, Hugo González, Gualberto Jara y Luis Pérez en el Cacique), Tapia aprovechó la circunstancia para sentar las bases de su reinado. Con suficiente distancia de sus dirigentes y con el conocimiento cabal de los vericuetos del afecto popular, recuperó en cancha una mística que parecía perdida.
Tuvo, además, la frialdad para aplicar un libreto ingrato y deslucido en pos de asegurar un triunfo que generaba ansiedad entre los partidarios, y ahora, con la estrella asegurada y la posibilidad de reformular a fondo el plantel, aparecerán las claves que permitan entender a cabalidad cuál es el fondo de su promesa futbolística, algo que no es menor si consideramos que los últimos técnicos de casa que dieron la vuelta -Jaime Pizarro y Marcelo Barticciotto- no siguieron en la banca.
La comparación con Josep Guardiola suena exagerada, sobre todo porque casos de técnicos que han venido de las inferiores sobran en el medio chileno, pero alimenta la ilusión en torno a lo que se busca como meta. Tapia -y los colocolinos todos, incluidos los dirigentes- se sacudieron de las presiones, pero ahora deben plantearse hacia el futuro sabiendo que todo es demasiado volátil, inasible y leve como para creer que durará mucho. Pero igual, la primera piedra del castillo de las ilusiones ya quedó puesta.