En rigor, la semana que nos espera estará plagada de tonteras y de inservibles planes de seguridad. Se tratará, como ya está suficientemente dicho, de amargarnos la fiesta a los que nos gusta el fútbol ante la incapacidad administrativa, política y policial para desbaratar la violencia de unos pocos. Y habrá declaraciones cruzadas de mal gusto con el afán de "calentar" el partido.
Si hacemos el esfuerzo por apartar ese desagradable afán por enturbiar el clásico y nos concentramos en el fútbol, esta podría ser una gran semana. Para disfrutar y reflexionar sobre un clásico que nos deja más de una lección, aunque perdió gran parte del brillo prometido con la caída alba de ayer.
Por un lado, el triste remedo en que quedó convertida en poco tiempo la Universidad de Chile, una escuadra que parecía encaminada a sentar una hegemonía sustentada en un cambio radical, pero que de la mano de malas decisiones está viviendo un proceso de reacomodo. Que tendrá nuevos líderes en la mesa directiva y en el banco técnico con el único propósito de volver a reencantar no solo a su hinchada, sino a los amantes del fútbol en general. Hubo pocos equipos en las últimas décadas como el de Jorge Sampaoli, y parecía difícil malograr lo que se había hecho, pero lo lograron, al punto de que deberán recurrir al orgullo para ponerle una cuota de dignidad a su triste participación en este torneo.
Por el lado de Colo Colo es todo lo contrario. Hace apenas unos meses se pretendía el resurgimiento que ahora vive de la mano de un proceso tan increíblemente equivocado que parecía broma. De la mano de Gustavo Benítez los responsables del club -con un experto como Arturo Salah a la cabeza- provocaron el efecto contrario: el divorcio total de la hinchada con la institución y sus regentes. Un fútbol feo y desabrido que se justificaba en la imposibilidad de "apurar el cauce", debido a la falta de dinero y a un plantel plagado de errores.
Fue de la mano de un interinato -porque Héctor Tapia llegó como otros tantos habían llegado- y de inversiones bien hechas (que supusieron mano firme para imponer la contratación de dos "veteranos") que los albos lograron milagrosamente recuperar la fe, la convocatoria y la alegría. Fue tan rápido como efectivo, sin grandes transformaciones ni necesidad de aplicar la retroexcavadora, que el milagro se produjo y ahora, a punto de bajar la trigésima estrella de su historia, el club se deberá plantear, seriamente, cuál es el modelo que quiere seguir después de sacudirse las ansiedades. Incluyendo, por cierto, sus vínculos con su barra dura.
Un clásico que nos recordará lo efímero, como suele decirse, que es el fútbol. Las vueltas impensadas, la necesidad de técnicos motivados y convencidos, de dirigentes audaces y sensatos cuando abren la billetera, del cariño que demanda gerenciar los afectos y los sueños de las hinchadas.
Será un choque entre lo que fue y lo que podría ser. Un duelo entre la ilusión y la revancha. Un juego entre dos que siempre se tienen ganas y que son protagonistas del enfrentamiento más popular de nuestro torneo. Si somos capaces de restarle la violencia y la tontera, sin dañar la esencia, puede ser una semana muy linda. Para los que quieren al fútbol.