Michelle Bachelet va a gobernar 1.460 días, pero ya en los primeros cien quiere marcar la diferencia.
Es toda una señal. Es lo propio de los períodos de aceleración histórica.
A diferencia de aquellos años que corrieron entre 1891 y 1920, entre 1938 y 1964, o entre 1990 y 2014, esta etapa que comienza va a asimilarse a los tumultuosos períodos enmarcados entre 1920 y 1938, o entre 1964 y 1990. Los que se inician hoy serán años trepidantes, de esos que nunca se sabe cómo y dónde terminarán.
Solari insiste en que estamos ante un nuevo ciclo, y dice la verdad. El secretario general del PC, Lagos, afirma que Bachelet tiene un enemigo, la derecha, y lo llama saboteador. Así se va a ir generando esa dialéctica del movimiento continuo y acelerado: nosotros, el Gobierno, proponemos; ellos, la reacción, se oponen al devenir histórico. A ver quién gana.
El esquema es muy antiguo, pero una vez más nuestra derecha lo ignora y cree que puede enfrentarlo con los recursos propios de su actual institucionalidad.
Error grave.
El Gobierno y sus partidos van lanzados, mientras la oposición, la Nueva Minoría, apenas atina a centrarse en las elecciones internas de los dos suyos, anteayer derrotados, ayer desgarrados y hoy evidentemente desgastados. No hay ambiente, me decía un consejero nacional, refiriéndose al clima interno de uno de ellos. Es obvio: qué ambiente va a haber.
Novoa advierte que todo el poder puede ir a parar a manos de la autodenominada Nueva Mayoría. ¿Se soluciona eso con nuevas directivas en ambos partidos? No.
Torrealba pide lo antes posible un pacto electoral entre todas las fuerzas que ayer dejaron el poder. ¿Esos grupos, por mucho que se coordinen, captarán votación con sus actuales proyectos y sus desgastadas marcas? No.
La aceleración histórica ha permitido que la izquierda le haya sacado meses de ventaja a la nueva oposición. Y, a medida que pasen las semanas, cada una será un nuevo mes.
No se trata, por lo tanto, de ir a la rastra, como quien intenta pillar a Messi cuando va lanzado, sino de cerrar filas en bloque, de modo compacto. Ahora hay que perder el tiempo, para comenzar a ganarlo en unos meses más. Se impone la refundación, pero el dolor que implica reconocer esa necesidad solo se podrá asumir cuando la trepidación de los acontecimientos le demuestre a la derecha que su esquema actual está completamente fuera de época.
¿Cómo se percibirá la aceleración del tiempo histórico, de ese infantilismo revolucionario que ayuda tanto a tomar conciencia de la inminencia del drama?
Todo irá más rápido: los trámites en el Congreso, llenos de urgencias; las campañas electorales, desmesuradamente adelantadas; los temas escandalosos en los medios, colocados y retirados como ofertas de temporada; los agudos conflictos entre partidos del Gobierno por nimias cuestiones; la calle, presionando por aquello que se le prometió y no resulta posible; los escándalos cuidadosamente anunciados para desprestigiar al adversario; las comparaciones de nuestra lentitud con el adecuado ritmo que llevan los chavistas del continente; los conflictos sectoriales perfectamente digitados y después transformados en imagen de la totalidad.
Cuando estas cosas sucedan -y sucederán-, el país entrará en esa dinámica autodestructiva que al principio parece romanticismo, después deviene en lucha fratricida y, a veces, termina con una reacción que anula toda la farándula revolucionaria.
¿Será necesario pasar de nuevo, como en 1970-3, por ese terrible proceso, o una nueva derecha será capaz de adelantarse al drama, rehaciéndose a tiempo? ¿Tendrá la humildad de refundarse?