Fue una semana agitada para la selección. La digna derrota ante Alemania reavivó, por cierto, el interminable debate entre los que miden por resultados frente a aquellos que paladean el rendimiento.
Pero, en la antesala y la trastienda del duelo, quedaron varios temas interesantes. El de David Pizarro, por ejemplo. Jorge Sampaoli se paseó por Europa un mes, tuvo tiempo de sobra para dialogar con todos los jugadores, fue a Florencia, cruzó el Ponte Vecchio y seguramente visitó el Uffizi, pero no dialogó con el volante porteño, cerrando así un ciclo de una década que vivió rodeado de polémicas y misterios. Extraño es que un técnico que se jugó por su retorno, que lo consideró pieza clave en su esquema, que depositó confianza en sus talentos terminara de esta manera la relación con un jugador tan emblemático.
Con el secretismo que caracteriza a los nuevos tiempos, poco se sabrá de este capítulo. No habrá mayores explicaciones y, honestamente, a pocos les importa. Pizarro ya es pasado, no estará en el Mundial y las irrupciones de otros volantes para ese puesto hacen que su adiós sea poco traumático y llorado. En Florencia, el asunto no dio para sentarse a conversarse un café.
Otra cosa. Que en el esquema mundialista no exista un nueve de área no responde a un capricho u opción táctica de Sampaoli, sino a que el técnico no se convence de las alternativas. Descartado Suazo, la búsqueda pasó por Carlos Muñoz, Mauricio Pinilla y los juveniles Castillo y Henríquez, sin que ninguno le llenara el gusto. Paredes es considerado "nueve falso" y, en rigor, las pruebas contemplaron pocos minutos en cancha para los candidatos.
Por eso, el sorpresivo ofrecimiento a Mauro Zárate tiene lógica, aunque cueste tragárselo. Julio Barroso, Pablo Hernández, Miiko Albornoz y seguramente varios más estarían dispuestos a convertirse en chilenos porque había un vínculo sentimental, afectivo, real entre el pragmatismo de jugar un Mundial y ponerse un escudo que no es el original sobre el pecho. Esto ha pasado muchas veces en la historia, y el caso más reciente y emblemático es el de Diego Costa. Pero lo de Zárate suponía tragarse muchos sapos, porque era conveniencia pura y simple, despojada de sentimientos. Y eso, sin un mínimo de cariño, es difícil de asumir. Para lado y lado.
Por último, Sampaoli aprovechó el largo periplo europeo para brindar un par de entrevistas. Seleccionadas y exclusivas. A medios influyentes y especializados. En la última dijo que se proyectaba a Europa después del Mundial. Lógica pura. Resulta, por ende, incomprensible que algunos -los menos- hayan puesto el grito en el cielo. Pero, peor aún, en la absurda lógica comunicacional de la ANFP, que al día siguiente se emitiera una declaración para aclarar los dichos y agregar "expresiones de deseo" como llegar a la Copa América o hacer huesos viejos en Pinto Durán. Por si no lo saben, el DT de la Roja hace rato estudia inglés e italiano.
Si Sampaoli se va después del Mundial, será porque hizo una gran campaña, que es lo que queremos todos. O, también, por qué no, porque el fracaso fue estruendoso. Así son el fútbol y la vida. Y ni la entrevista ni la carta -que seguramente ni siquiera escribió- le restan méritos ni esperanzas a la labor que está haciendo.