Mary Shelley, la autora de la novela "Frankenstein", debe estar revolcándose en su tumba por esta libre adaptación que sigue con las desventuras de su monstruosa criatura, doscientos años después. Inexplicablemente, el actor Aaron Eckhart echa por la borda su carrera ("Gracias por fumar", "Dark Knight") y se pone en los zapatos de este Frankenstein en un presente donde "Demonios" y "Gárgolas" mantienen una guerra santa. Videojuego más que película, se pueden destacar los efectos especiales y se puede afirmar que la estética de CGI (efectos digitales) impera en productos como este. Y sería. "No tengo alma", dice en una escena Aaron Eckhart como este Frankenstein modernizado, "aminado", sin deformidades físicas tan terribles, y de voz tan monocorde como el relator de una partida de ajedrez. Y la frase no es gratuita: carente de alma, esta película está hecha de pedazos de otras cosas, como la serie "Buffy, la cazavampiros", pero sin su sentido del humor; de animaciones como "Gárgolas" y claro, de algo de la frivolidad de "Underworld", la saga de vampiros cuyos creadores se atrevieron acá a profanar la idea de Mary Shelley de este Prometeo moderno. Pero donde Shelley ponía el acento en la experimentación y el método científico, la película traiciona esa tesis y reinstala a la criatura del doctor Víctor Frankenstein, rebautizada como Adam, en un universo de "hadas" y soluciones intangibles, con demonios y gárgolas y trucos sacados del sombrero en vez de la "realista" realidad.
EE.UU. 2014. 88 minutos, T.E.