Ocurren todos los días muchas cosas que sorprenden o que aterrorizan, pero pocas que conmueven. Lo sucedido en Ucrania es de estas últimas.
Ucrania es una nación de 45 millones de habitantes, localizada entre Polonia y Rusia. En su historia, ha estado tensionada entre un alma pro europea, que se concentra especialmente desde Kiev hacia el oeste, con predominio católico romano, y su alma pro rusa, que se ubica en el este del país, con Odessa como ciudad principal, y que es católico ortodoxa.
El pueblo ucraniano sufrió como pocos el impacto sombrío de las utopías propias del siglo 20. Más de tres millones murieron bajo el hambre provocada deliberadamente por el estalinismo entre 1932 y 1933. Más de doscientos mil fueron asesinados en la campaña estalinista llamada el Gran Terror, entre 1937 y 1938. No menos de dos millones murieron por el hambre provocada por los nazis entre 1941 y 1944. Más de tres millones cayeron como resultado de los planes de exterminio nazis, entre ellos novecientos mil judíos ucranianos, de los cuales treinta tres mil fueron asesinados a balazos, como en la masacre de Babi Yar.
Ucrania alcanzó su autonomía con la pulverización de la antigua Unión Soviética. Desde entonces, no ha tenido estabilidad política, como casi todas las nuevas repúblicas surgidas de la URSS. En 2010, en una elección fraudulenta, fue elegido Presidente Viktor Yanukovich. Ese mismo año fue detenida Yulia Tymoshenko, la líder del movimiento democrático ucraniano. El gobierno siguió adelante con las negociaciones para una integración a la Unión Europea, como lo han hecho varios países que fueran de la órbita soviética. A mediados del año pasado esta ofreció a Ucrania un acuerdo de asociación, lo que frustró las aspiraciones ucranianas, que deseaban la integración inmediata. En este contexto, y como resultado de una desembozada presión rusa y la amenaza de recibir represalias que ahogarían a su débil economía, el gobierno decidió desechar todo acuerdo con la UE y firmar un pacto de asociación con Rusia.
Fue la chispa que prendió la hoguera. Los jóvenes y estudiantes salieron a las calles portando banderas de la UE, exigiendo el restablecimiento de las negociaciones. En noviembre se toman la Plaza de la Independencia de Kiev, y el movimiento toma su nombre: Maïdan. Se le suman pensionados, obreros, intelectuales, clases medias, y exige el fin de un régimen escandalosamente corrupto -donde los miembros del clan en el poder, con Yanukovich y su familia a la cabeza, se transformaron en pocos años en multimillonarios-y la instauración de una democracia de corte europeo. El gobierno trata de desalojarlos, y la batalla, que dura varios días, deja casi una centena de muertos. Interviene la UE, que promueve un acuerdo para una salida gradual entre los líderes de la oposición y el gobierno. Pero la calle no lo acepta: quiere el fin inmediato del régimen, el restablecimiento del sistema parlamentario, la libertad de Tymoshenko y el llamado a elecciones. En horas, el Parlamento cede y Yanukovich huye del país. "¡Victoria, victoria!". El grito inundó las calles. El sufrido pueblo ucraniano había triunfado.
Como editorializara en París Le Journal du Dimanche ,"los mártires de Maïdan han dado una señal: Europa es una aventura humana y moral que merece que uno sacrifique la vida por ella". Más allá de sus vicisitudes, más allá de sus dudas y de su fatiga, más allá del sarcasmo con que se la mira desde el otro lado del Atlántico, Europa es una llama que sigue inspirando los esfuerzos, muchas veces heroicos, por alcanzar un mundo más humano. Ucrania se ha encargado de recordárselo al mundo entero. Ojalá no se olvide.