Tenía que tocarle a alguien, y tuve la mala suerte de que me tocara a mí: escribir una columna para que se publique el último día del año. Los lectores deben estar hartos, pero estoy obligado a un balance. No se puede romper con la tradición, menos en un año en que han pasado cosas que no estaban en el horizonte de lo posible.
¿Quién habría previsto, por ejemplo, una bancarrota de estas proporciones de la derecha? Había ganado el gobierno recién hace 48 meses. Muchos augurábamos que lo mantendría al menos por dos períodos presidenciales. Y mírenla, desgarrada y dudando de sus ideas, repitiendo como zombi esa cantinela de que "lo hicimos bien, pero la gente no lo comprendió porque falló la política comunicacional". ¿Y quién habría pronosticado que la centroizquierda, después de haber sido derrotada estruendosamente en 2010, se levantaría como si aquello no hubiese sido más que una pesadilla?
Albert O. Hirschman, un pensador que tuvo gran influencia intelectual sobre la generación que encabezó la transición democrática chilena, sostenía que el pecado de las ciencias sociales recaía en su obsesión por encontrar regularidades, secuencias uniformes y leyes históricas. Esto las conduce a no prestar atención "al desorden creativo de la aventura humana", la cual solo se comprende si se observa "lo inesperado en lugar de lo esperado, lo posible en lugar de lo probable". Pues bien, esta ha sido la lección del año que hoy termina: que el futuro no se puede proyectar a partir de lo que se imagina posible a partir de lo que creemos fue el pasado. La historia siempre se encarga de sorprender a quienes se dejan llevar por esta tentación. De aquí nace la perplejidad de quienes ahora se preparan para dejar el gobierno.
Tradición obliga: ahora tengo que decir algo sobre lo que se espera del año que se inicia. Como lo enseña el año 2013, nadie lo sabe. Lo que es seguro es que habrá un nuevo gobierno, encabezado por una Presidenta poderosa y con experiencia, que no necesita probar ni probarse nada.
Hirschman sostiene que el líder es aquel que tiene la habilidad para percibir el cambio antes que sus contemporáneos, lo que le permite "tomar ventaja de las nuevas oportunidades en el momento en que ellas emergen". En estos casos, agrega, parece que el líder, "sin proponérselo, crea esas oportunidades", en circunstancias de que ellas estaban ahí.
El liderazgo de Bachelet coincide a la perfección con el tipo "hirschmaniano". Igual que el de Angela Merkel y la mayor parte de las líderes mujeres. Ellas no temen al cambio, pero escogen el que se engendra gradualmente desde dentro, y por el contrario sospechan del cambio exógeno y grandilocuente que busca la ruptura, como si esto fuera la prueba de que es robusto. Es por esto, por su estilo antifálico, y no por una magia carismática, que la gente confía en ellas.
La tradición indica que no puedo terminar sin una visión sobre lo ocurrido en "el mundo", y de las tendencias que se esperan en el año que parte. Me resta poco espacio, por lo que me quedaré con un verbo: negociación. Como la que evitó la intervención occidental en Siria. O encontró una salida para la crisis con Irán. O condujo a Ucrania a quedarse bajo el alero de Rusia. O permitió al Presidente Napolitano sostener el gobierno de Letta en Italia. O a Merkel alcanzar un acuerdo con los socialdemócratas, ejemplo que dejará huellas en Europa. Han sido rudas, pero al final han facilitado el cambio y evitado la ruptura.
Cuando hablamos de negociación, hablamos de política. Es lo que Chile necesitará para hacer los cambios que la ciudadanía espera. Y para mantener la paz y la cooperación con los países vecinos post-La Haya. Bachelet sabe de esto; por eso fue elegida. Ojalá ella tenga suerte.