Los
rankings de instituciones universitarias son un fenómeno global. La mayoría de los países tiene uno o más de ese tipo. En el caso de aquellos que se limitan a campos académicos específicos, los de escuelas de administración de empresas son los más difundidos. A ellos se suman los
rankings de presencia institucional en la web e incluso de "calidad de vida universitaria", estos últimos -lo que no debe sorprender- desarrollados en Estados Unidos. La mayoría de ellos son auspiciados por medios de comunicación aunque, ocasionalmente, también por entidades académicas o gubernativas.
Los
rankings tienen un gran impacto. Algunos países limitan sus becas para estudios internacionales solamente a los postulantes admitidos por universidades bien posicionadas en
rankings internacionales. Otros buscan alianzas académicas exclusivamente con universidades bien ubicadas. Hay gobiernos que asignan recursos a las universidades basándose en los resultados de estos instrumentos y otros que urgen a sus centros de educación superior a mejorar su posicionamiento. Tal vez, lo más importante es que los individuos y sus familias, de manera creciente, consultan los
rankings, tanto nacionales como internacionales, para decidir dónde estudiar.
Los
rankings universitarios son una consecuencia inevitable de la masificación experimentada por la educación superior en el último medio siglo. Las universidades ya no son dominio de una élite y existe mucha confusión acerca de cuáles son las mejores. Al respecto, es significativo que el
ranking nacional más antiguo sea del U.S. News and World Report, puesto que Estados Unidos fue el primer país que masificó su sistema de educación superior.
Hay tres
rankings internacionales ampliamente conocidos: el Ranking Académico Mundial de Universidades (ARWU, en inglés), producido en China; el Times Higher Education (THE), de Inglaterra, y el QS World University Rankings, también inglés. Cada uno usa métodos distintos y todos tienen limitaciones. Los
rankings no pueden medir todo lo que importa en la educación superior. Medir la productividad académica es lo más fácil, dado que se basa en el número de publicaciones. Pero medir la calidad de la enseñanza, el nivel de aprendizaje de los alumnos, la riqueza de la vida universitaria, las capacidades de los profesores y otros aspectos claves, en instituciones y países distintos es, en gran medida, algo imposible de lograr.
Peor aún, muchos
rankings buscan medir la reputación de las universidades encuestando a autoridades académicas y profesores sobre el prestigio percibido. Este método es muy problemático ya que, en el mejor de los casos, muy pocos de ellos pueden tener una opinión bien fundada de la calidad de muchas universidades, especialmente en campos distintos a los del propio interés. El
ranking QS se basa fuertemente en la medición de prestigio, mientras que el ARWU mide solamente variables objetivas relacionadas con la investigación, mientras que el
ranking THE combina ambos enfoques.
¿Deben ser tomados en serio los
rankings? Sí, pero no demasiado. Los gobiernos y las universidades no deberían basar en ellos sus decisiones políticas, por el simple hecho de que son demasiadas las limitaciones metodológicas, de cobertura, o de ambas que presentan casi todos ellos, sean estos internacionales o nacionales. Además, muchas instituciones destacadas -por ejemplo, los colleges de artes liberales estadounidenses más renombrados- no aparecen bien posicionados en los
rankings porque sus misiones no calzan adecuadamente con los aspectos considerados.
Al respecto, es importante tener presente que, en educación superior, no existe una talla que le quede bien a todos.
Philip G. AltbachProfesor Investigador
Center for International Higher Education
Boston College, EE.UU.