Esta película comienza con un plano sobre las ruedas de un avión, seguido de una breve aparición de Antonio Banderas y Penélope Cruz como operarios de un aeropuerto, en lo que parece una cita nostálgica, un guiño hacia los actores fetiches de varias de las películas previas de Pedro Almodóvar y también una introducción –un recordatorio, una señal– hacia el mundo más delirante del cineasta manchego.
El resto del metraje transcurre casi enteramente a bordo del vuelo 2549 de la ficticia compañía Península, con destino a México. Los operarios del aeropuerto –los del comienzo– han producido por descuido una avería en el tren de aterrizaje y el avión debe dar vueltas sobre el cielo de Toledo esperando que la pista de La Mancha –otra referencia personal– esté despejada para un aterrizaje de emergencia.
La tripulación ha adormecido a todos los pasajeros de la clase turística con un relajante muscular, argucia que le permite a Almodóvar centrarse en solo dos espacios: la cabina con dos pilotos y la clase preferente, donde viajan siete personas. Tres sobrecargos gay completan el repertorio de 12 protagonistas que configura el relato.
Es, pues, una película “de cámara”, como lo fue, hasta cierto punto, Entre tinieblas, el cuarto largo de Almodóvar, ambientado en un convento. Comparte con ella el aire de farsa y un sentido del humor que nace del intenso sentido de normalidad con que los personajes viven sus anomalías.
Entre los pasajeros van dos novios encendidos (Miguel Ángel Silvestre y Laya Martí), una psíquica deseosa de perder la virginidad (Lola Dueñas), una ex actriz del destape (Cecilia Roth), un galán de telenovelas (Guillermo Toledo), un ejecutivo que huye ante la quiebra de la Caja Guadiana (José Luis Torrijo) y un sicario mexicano que, de paso, lee a Bolaño (José María Yazpik). Cada uno guarda secretos inconfesables y la emergencia se convierte en una circunstancia obligada para sacarlos a la luz.
Los amantes pasajeros no ofrece el tipo de engranaje perfecto que suelen ser las películas de Almodóvar. Como comedia, por momentos flaquea, se vuelve estridente y se refugia en el kitsch que fue la marca de fábrica del Almodóvar temprano. Sin embargo, no es tampoco una estructura totalmente floja y no anda demasiado lejos de los temas que son característicos de su cine –los secretos, las verdades ocultas, la sexualidad, el dolor, el peso del pasado.
Es posible que no esté entre las mejores piezas de Almodóvar –incluso que se ubique entre las peores–, pero, como suele ocurrir, una película suya siempre será más interesante que las de otras decenas de cineastas que carecen de un mundo autoral como el que ha construido este español inagotable. Es un consuelo, pero no es poco.
Los amantes pasajeros. Dirección: Pedro Almodóvar. Con: Javier Cámara, Cecilia Roth, Lola Dueñas, José María Yazpik, José Luis Torrijo. 90 minutos.