Los rumanos han vivido por muchos años con una verdadera obsesión por su idioma. Aunque es una de las lenguas romances derivadas del latín, no se parece a sus hermanas –castellana, catalana, italiana, portuguesa, francesa- más que de una manera fantasmal. La exactitud de su léxico es en Rumania una señal de identidad.
Brasov es una pequeña ciudad pluricentenaria, situada en la vía de ingreso a los Cárpatos y a Transilvania, que lidió contra decenas de invasiones, fue conocida como “la ciudad de Stalin” en los 60 y estuvo entre las primeras que se levantaron contra el ejército y la Securitate para derrocar al régimen comunista en 1989.
Estos dos datos tienen cierta relevancia para situar el universo cultural en que se sitúa esta película, una de las más exitosas del vigoroso cine rumano de los últimos años. El policía Cristi (Dragos Bucur) debe investigar a un estudiante, Victor, que todos los días fuma un cigarrillo de hachís con un amigo y una amiga. El amigo, Alex (Alexandru Sabadac), es el principal soplón de Cristi, aunque este sospecha de sus motivaciones.
El policía vive presionado por el deseo de sus jefes de obtener culpables. Pero él se niega a acusar a un joven que solo es consumidor, en nombre de unas leyes que, según le indica la modernización de otros países del este, pronto van a cambiar. Es una encrucijada de conciencia: Cristi siente que sería injusto aplicar unas normas que van en retroceso.
Pero el anacronismo jurídico es solo un reflejo más del mundo en que vive el policía, donde todo es burocrático, pesado y anticuado. Los computadores son viejos, los informes se escriben a mano y los funcionarios siempre tienen excusas para hacer las cosas más tarde. La propia Brasov es una comunidad que se mueve a ritmos distantes de la modernidad, a pesar de lo cual los jefes policiales conservan la manía persecutoria de la Securitate de Ceausescu.
La película gasta tanto tiempo y silencio en unas vigilancias que no conducen a nada, que sus largos planos adquieren, por la simple acumulación de inutilidad, una densidad cómica, una carga combinada de absurdo, iniquidad e irrealidad.
En la mitad del metraje, una discusión entre Cristi y su mujer, la profesora Anca (Irina Saulescu), a propósito de una canción de la popular Mirabela Dauer, introduce una torsión que convierte a Policía, adjetivo en una discusión sobre el lenguaje. Es muy curioso que esto lo haga una cinta donde el diálogo es tan escaso, pero el extenso debate final entre Cristi y su jefe, el capitán (Vlad Ivanov), tan intimidatorio como hilarante, deja en claro que los “juegos de lenguaje” están en el centro de las raras conductas de sus protagonistas, registradas por otro lenguaje (el fílmico) que las denuncia con una distancia sin afeites. Si el lenguaje puede ser una cárcel, aquí es una prisión fastidiosa, alienada y envejecida.
Una pequeña película admirable.
Politist, adjectiv. Dirección: Cornelio Porumboiu.
Con: Dragos Bucur, Vlad Ivanov, Irina Saulescu, Alexandru Sabadac, Ion Stoica.
115 minutos.