Luego de varias partidas falsas, desafinaciones de sonido y salidas cacofónicas, finalmente la orquesta de la Alianza parece haber dado con la nota adecuada. Ocurrió en la presentación por parte de Evelyn Matthei de su programa de gobierno: “Los chilenos no estamos para experimentos”, dijo, ni para “reinventar el país adoptando medidas radicales”.
Las encuestas no avalan la visión tan en boga de que el país estaría mayoritariamente sumido en el descontento y dispuesto a aventurarse en un programa de cambios profundos para reemplazar su modelo económico y social. Aunque la centroizquierda enarbola ahora la bandera de una nueva Constitución, probablemente la mayor ventaja electoral de su candidata, Michelle Bachelet, es que, junto con prometer educación gratuita y otros beneficios, cuenta con la confianza ganada en su anterior gobierno, consensual, moderado y sensato. Pero esa treta no es buena para Chile porque siembra expectativas improbables y puede terminar cosechando peligrosas frustraciones.
Por eso el mensaje de Matthei es tan oportuno y apropiado. Cuatro años atrás, la mayoría de la ciudadanía votó por el Presidente Piñera no porque considerara necesario un diametral cambio de rumbo, sino para efectuar un cambio de ritmo. Estimó que la Concertación —fatigada y desunida— carecía de la visión y la energía necesarias para hacer a Chile avanzar a paso rápido hacia una mayor prosperidad y justicia. Es a esos votantes a quienes hay que apelar el próximo 17 de noviembre.
En lo económico y social, la receta aplicada por el primer gobierno de la Alianza funcionó admirablemente bien. La conjunción de una coyuntura externa favorable y de un gobierno comprometido con el desarrollo dio lugar a un formidable impulso al emprendimiento. Últimamente —y pese al temor de un vuelco desfavorable— la economía mantiene buen ritmo, el desempleo cae cerca de su mínimo histórico, siguen subiendo los salarios reales y la desigual distribución del ingreso parece empezar a mejorar. ¿Por qué entonces habríamos de variar de rumbo?
El programa presentado por Evelyn Matthei podrá tildarse de poco novedoso, pero en ello reside su fortaleza. Ofrece un camino conocido y fructífero para seguir creando empleos —a un ritmo de 150 mil puestos por año—, y para seguir mejorando el acceso a educación y salud de calidad, perfeccionando el apoyo estatal a los más vulnerables y fortaleciendo la seguridad. Tal vez el programa no contenga todo lo necesario, exija clarificaciones adicionales y admita algunas medidas dudosas, pero en lo sustancial dibuja bien el camino que un segundo gobierno de la Alianza puede ofrecer.