Más allá del evidente progreso del país en todos los planos, subsisten apremiantes necesidades sociales, culturales y económicas. Nuestra sociedad presenta aún carencias graves y el tiempo pasa sin respuestas plenas. Caminamos hacia una mejor educación básica y media, pero la historia de reformas y contrareformas tiene más de cuatro décadas, a lo menos. También es notorio el caso de la salud, ámbito en el que muchas cifras reflejan conquistas que son propias del desarrollo, pero que están inmersas en una cobertura de salud insuficiente, en especial respecto de los requerimientos de los más pobres. En el ámbito de la cultura, entendiendo por tal la disponibilidad en nuestros pueblos y ciudades de bibliotecas, medios tecnológicos para favorecer el conocimiento, teatro y música, hallaremos demasiados espacios en blanco.
Así como la tecnología de vanguardia llega al país y es usada a pocos meses de su estreno en Europa o Estados Unidos, y lo mismo ocurre con bienes de consumo, con procedimientos médicos, ¿qué sucede con otros instrumentos que el conocimiento, las ciencias y la técnica, han generado para ampliar el bienestar de los pueblos? Expertos de nivel internacional recomiendan fórmulas para elevar los estándares de educación, favorecer la igualdad de oportunidades, combatir la droga y la delincuencia juvenil, prevenir el delito, asegurar la resocialización de quienes delinquen, fomentar las energías renovables, controlar la polución y tantas otras materias de importancia. Sin embargo, se prescinde de tales recomendaciones.
Nos preguntamos con espíritu crítico y la inquietud que genera la percepción de no avanzar más rápido, ¿por qué no hemos sido capaces de más? ¿No ha contado Chile con servidores públicos del peso y la visión necesarios? ¿Puede hablarse de cierta desafección de los talentos hacia la vida pública?
Nos parece sano contribuir a despejar la duda. Quizás pueda colaborarse con el futuro sembrando estas inquietudes y abriendo algunos derroteros. A fin de cuentas, todos tenemos la responsabilidad de hacer la historia. Quienes estamos en las universidades, quizás los primeros, puesto que una de nuestras misiones es precisamente mostrar, preparar, formar, a quienes han de hacer la historia.
Todo trabajo, el del artista y el del científico, el del líder político y el del jefe del Estado, y en general el de todo profesional, responde a la vocación personal, pero es la formación la que da a esa vocación sentido y futuro. La formación de calidad durante la educación general y la profesional, en la práctica, en la escuela y en la universidad, es determinante para el futuro de la persona. Ella será siempre lo primero.
La actuación pública requiere más que sensibilidad. No se nace líder. Se logra serlo tras el entrenamiento de la libertad y la opción hacia la virtud. Es indudable que el carácter se refuerza con la práctica de hábitos morales, de virtudes éticas y humanas. Las virtudes son parte sustancial de la competencia profesional. Ésta se conforma por conocimientos técnicos o académicos, pero exige también saber utilizarlos bien, con humildad, prudencia, fortaleza.
Podemos apelar a una filosofía del servicio. Se trata de servir para dar sentido a la vida. La formación en el liderazgo exige tener al servicio como un altísimo valor. Liderará no quien piense a lo grande, sino quien dirija sus ambiciones al servicio de los demás, quien lleve a todos a lo grande, a lo común. Tal es la verdadera virtud cívica: non nobis solum nati sumus ortusque nostri partem patria vindicat, en palabras de Cicerón (no nacemos sólo para nosotros sino que la patria reivindica una parte nuestra).
Lo hecho, hecho está. Lo logrado, que es mucho, asumido e incorporado a nuestras vidas. Los ciudadanos debemos preocuparnos de lo que viene. Hay que continuar, enfrentar realidades de todo orden más complejas y que requerirán más servidores, más sabiduría, más competencias, mayor visión, más virtud.
En suma, es hora de esfuerzos individuales y colectivos, de la familia y de las instituciones, para asegurar mayor virtud cívica en los servidores públicos y en los líderes. Muchos deberán ser convocados a ocupar su lugar de servicio en el orden social. Como planteó el filósofo escocés Adam Ferguson “Nuestra noción de orden en la sociedad civil es en la mayoría de las veces falso, porque pensamos que este consiste solamente en obediencia, secreto y en el manejo de las cuestiones públicas en las manos de unos pocos. El buen orden de las piedras en una pared es la disposición propia en aquellos lugares para los que han sido talladas. El orden de los hombres en la sociedad es estar en aquel lugar en el que están mejor calificados para actuar”.