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Editorial
Lunes 26 de agosto de 2013
La interminable tragedia siria
En Siria, con el uso de armas químicas se traspasó la línea roja que justifica la promesa de usar la fuerza internacional para destituir al régimen de Bashar al Assad. Más de 1.300 víctimas inocentes han muerto en las cercanías de Damasco...
En Siria, con el uso de armas químicas se traspasó la línea roja que justifica la promesa de usar la fuerza internacional para destituir al régimen de Bashar al Assad. Más de 1.300 víctimas inocentes han muerto en las cercanías de Damasco por el empleo de gas sarín. Hay recriminaciones mutuas entre el gobierno y la oposición, y la cancillería siria niega enfáticamente responsabilidad de su gobierno en este genocidio.
En tanto, la misión de Naciones Unidas que ha llegado hace unos pocos días ve restringidas sus pesquisas por problemas logísticos y restricciones oficiales, que la limitan a otros tres casos de eventual uso de químicos. Las inteligencias estadounidense y británica han dejado trascender que la masacre es obra del ejército sirio. A las contundentes denuncias en su contra, requerimientos de investigación y sanción de los crímenes, subsiste un quiebre en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Lo más grave es la impunidad por la incapacidad para llevar adelante la tantas veces prometida intervención militar.
El Pentágono afirma que se requeriría de cerca de 60 mil efectivos organizados para apoderarse de los depósitos de armas de destrucción masiva, destaca los riesgos de los cohetes sirios a los ataques aéreos y sostiene que la entrega indiscriminada de armamento a las fuerzas rebeldes arriesga que caigan en manos de fanáticos, que llenarían el vacío de poder, agravando la situación del Medio Oriente.
Desde Estambul, el portavoz de la oposición siria, George Sabra, afirma que no es solo el régimen de Al Assad el que mata civiles: "Nos mata Naciones Unidas, con su pasividad; nos mata Estados Unidos por su falta de apoyo; nos matan los países que se dicen libres; nos matan los países árabes, que deberían socorrernos".
Parte considerable de Siria, e incluso de Damasco, se encuentra en poder de los rebeldes, mal organizados, divididos y sin los medios necesarios para combatir al ejército regular de ese país. Son solo unos pocos centenares las milicias que han sido entrenadas por la CIA y que están bien apertrechadas. Aumentarlas en números suficientes toma tiempo indefinido y dificultades incalculables. Con esa correlación de fuerzas, las posibilidades de éxito son bajísimas en un plazo razonable, y altísimas las probabilidades de nuevos episodios de muertes masivas.
Chile mantiene una misión en Siria, actualmente monitoreada desde el Líbano, y una muy reducida comunidad chilena residente dispersa, con algunos que se resisten a abandonar ese territorio. La Cancillería chilena se ha sumado a las enérgicas condenas y persistentes presiones que encabezan Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania y la mayor parte de Europa y de la comunidad internacional, reclamando la intervención del Consejo de Seguridad, inhibido por Rusia y China.
La mayor complicación es para Estados Unidos, por haberse traspasado la línea roja de las armas químicas que había fijado. El Presidente Obama sigue insistiendo en la necesidad de mayor información de inteligencia, y en soluciones y acciones diplomáticas cuya eficacia por ahora no se divisa. Destituir a la dinastía Al Assad ha probado ser más difícil y sus repercusiones más extendidas que cuanto lo fueron las campañas contra Gaddafi y Saddam Hussein. Parecería que siguen siendo el desgaste, la devastación y el agotamiento los que -se espera- podrán poner término a una guerra civil que no tiene un plazo ni un vencedor definido.
En medio de las malas noticias, surge la posibilidad de que Irán, aliado estrecho de Al Assad, con un nuevo gobierno pueda ofrecer una influencia moderadora, y que Rusia, su otro aliado, también inquieta por la guerra química, haya resuelto apoyar las investigaciones sobre el empleo de esas armas en el conflicto interno e instado a la colaboración del gobierno sirio en este cometido.
Turquía pierde influencia
En las complejas relaciones del Medio Oriente, se mantienen dos países con un íntimo y natural instinto de competencia por influir en la región: Turquía, nostálgica del imperio otomano, e Irán, bastión chiita que proyecta su influencia sobre Irak, Siria y el Líbano.
Turquía comienza a sufrir aislamiento por su política exterior de exagerada ambición, por la mezcla de neootomanismo e islam, sueños de un pasado glorioso, persistiendo además en sobrevalorizar su influencia exterior y en desestimar las complejidades de la política regional e internacional.
Con la Primavera Árabe, muchos pensaron que el modelo turco -que combinaría un moderado islamismo, democracia y prosperidad económica- se impondría en la región. Los acontecimientos en la zona han ido en otro sentido.
Turquía, a sus tradicionales disputas con Irán, actual enfrentamiento con el régimen sirio y recurrentes ataques a Israel, suma ahora su distanciamiento con el nuevo gobierno de Egipto y la colisión con Arabia Saudita. Los saudíes rechazan el modelo turco y ofrecen un resuelto apoyo a la destitución del Presidente Mursi, afín al Primer Ministro turco, tres veces reelecto, a quien la prensa saudí y la oposición doméstica motejan como "el Sultán Erdogan".
Con Siria, Erdogan hizo cálculos equivocados: apuntó a una pronta e incruenta caída de Al Assad. Su error de apreciación y su activismo en esta causa han creado en su pueblo la percepción de que los conduce a una guerra costosa e incierta. Luego de haber acumulado una alta popularidad y logrado importantes avances económicos, el Premier turco ha comenzado a perder apoyo externo e interno. La economía ha experimentado una caída significativa, para situarse en un crecimiento del 3%, menos de la mitad del promedio de la década anterior y con un sostenido alto desempleo. También ha debido soportar masivas protestas que ha sofocado con violencia. Aumenta la defección de algunos liberales que lo habían apoyado inicialmente y que temen de la islamización del régimen. No se lo considera un aliado confiable por EE.UU. y Europa, y se le critica su gestión autocrática y su represión al secularismo y a la disidencia.